En 1951, el escritor norteamericano
Howard Fast (Nueva York, 1914) publicó mediante suscripción popular “Espartaco” (Spartacus), una novela histórica que había sido rechazada
sistemáticamente por varias editoriales, entre otras razones debido a la
afiliación del autor con el comunismo y a sus discrepancias con el Comité de
Actividades Antiamericanas liderado por el siniestro senador McCarthy. Nueve
años después, al ser adaptada a la gran pantalla por el director británico
Stanley Kubrick con guion de otro represaliado por la Caza de Brujas de
Hollywood, Dalton Trumbo, “Espartaco” obtendría la popularidad y el
reconocimiento que se le habían negado en su momento, siendo traducida a 82
idiomas y vendiendo millones de ejemplares.
La novela posee una estructura
diferente a la de la película, ya que en ella el personaje de Espartaco, el legendario
esclavo que lideró la rebelión de los gladiadores contra el poderío romano en
el año 71 a.C., no asume el protagonismo absoluto, como sí ocurre en el film
protagonizado por el recientemente desaparecido Kirk Douglas, sino que su
personalidad se va dibujando a través de los recuerdos e impresiones de quienes
le conocieron. Sin embargo, el hilo conductor de la historia, que no es otro
que la defensa de la libertad ante la tiranía, mantiene su vigencia en su paso
al celuloide y se ve reforzado por otro de los temas centrales de la novela: el
amor imperecedero entre el valiente esclavo tracio y su esposa Varinia.
La dedicatoria del libro de Howard
Fast constituye, por sí sola, toda una declaración de principios, de esas que a
uno le apetece enmarcar y colgar en la pared del salón para releer de vez en
cuando:
“Este
libro es para mis hijos Rachel y Jonathan. Se trata de una historia de hombres
y mujeres valientes que existieron hace muchos siglos y cuyos nombres nunca han
sido olvidados. Los héroes de este relato amaban la libertad y la dignidad
humana y vivieron con nobleza. Escribí esta novela para que quienes la lean, ya
sean mis hijos u otras personas, puedan derivar de ella fuerzas suficientes
para afrontar nuestro turbulento futuro, y les sea posible combatir la opresión
y el mal, de tal manera que el sueño de Espartaco pueda realizarse en nuestra
época”.
El principal artífice de que
“Espartaco” viviera para siempre a través del cine sería su protagonista y
productor, Kirk Douglas. El intérprete de origen ruso estaba interesado en
llevar a la pantalla la novela de Fast desde mediados de los 50 y, en 1958,
acordó cofinanciar esta colosal superproducción a través de su propia
productora (Bryna Productions), junto a uno de los principales estudios,
Universal Pictures. Para escribir el guion, contrató a Dalton Trumbo, uno de
los tristemente célebres Diez de Hollywood, que había subsistido durante los
últimos años firmando sus guiones con diversos seudónimos. La dirección del
film le fue ofrecida en un principio a David Lean, quien la rechazó, y tras el
despido de Anthony Mann por aparentes desavenencias con Douglas, éste se puso
en contacto con Stanley Kubrick, el joven director inglés con quien había
rodado en 1957 el clásico antimilitarista “Senderos de gloria”. Actores
británicos tan prestigiosos como Laurence Olivier, Charles Laughton y Peter
Ustinov encarnarían a los personajes romanos más destacados de la película,
mientras que la actriz inglesa Jean Simmons, afincada en Estados Unidos, se
encargaría de dar vida a la bella Varinia, el gran amor de Espartaco. Al igual
que había ocurrido en “Los vikingos”, estrenada en 1958, Tony Curtis volvería a
compartir cartel con Kirk Douglas, esta vez interpretando al poeta Antonino,
fiel amigo del esclavo libertador.
–¿Temes a la muerte, Espartaco?
–No más que a la vida.
El Espartaco
de Stanley Kubrick y Kirk Douglas, realizado en 1960, conserva todos los
valores humanos de la novela de Howard Fast y le confiere la fuerza
cinematográfica del formato Technirama 70, la belleza de la banda sonora de
Alex North y la espectacularidad de decorados y paisajes naturales rodados en
escenarios españoles, con la participación de 5.000 soldados nacionales que
sirvieron como extras. En 1991, el film fue objeto de una cuidada y exhaustiva
restauración que le añadió 10 minutos de metraje adicional inédito, lo que nos
permite disfrutar todavía más de sus épicos fotogramas. Espartaco ha quedado como la “película de romanos” más moderna y
visionaria de la historia del cine, sentando un raro precedente en el género
del péplum, ya que combina escenas intimistas de emotivo lirismo (como el reencuentro
de Espartaco y Varinia a orillas del río) con impresionantes secuencias de
masas, impensables en el cine actual.
El idealismo y espíritu libertario de la
novela de Howard Fast luce en todo su esplendor en el hermoso discurso que
pronuncia Espartaco en el capítulo VI de la obra. Si el esclavo era para los
romanos simplemente una “herramienta con voz” (instrumentum vocale), la voz literaria de Espartaco expresa de la
siguiente manera sus ansias de libertad, fraternidad y justicia:
“El
mundo está cansado del canto del látigo. Es el único canto que los nobles
romanos conocen. Pero nosotros no queremos volver a oírlo más. Al principio,
todos los hombres eran iguales y vivían en paz, compartiendo entre ellos cuanto
poseían. Pero ahora hay dos clases de hombres: amos y esclavos. Sin embargo,
nosotros somos más numerosos que vosotros, mucho más. Y también somos más
fuertes y mejores que vosotros. Cuanto de bueno hay en la humanidad está en
nosotros, nos pertenece”.
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