LA CASA DE LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES

jueves, 31 de diciembre de 2020

EL CORNETA QUE SE NEGÓ A MORIR (…UN HOMENAJE A "EL GUATEQUE" DE BLAKE EDWARDS)

La celebración de fiestas es una constante que vertebra la filmografía de Blake Edwards a la manera de una espina dorsal risueña, una corriente de felicidad cinematográfica que fluye, sin perder un ápice de su joie de vivre, desde el concurrido apartamento neoyorquino de Holly Golightly en Desayuno con diamantes hasta la localidad siciliana que celebra con desenfreno mediterráneo el  desembarco aliado en ¿Qué hiciste en la guerra, papi?, pasando por el ágape de saloon al más puro estilo Far West que los habitantes del villorrio de Borracho ofrecen al Gran Leslie (Tony Curtis) y sus acompañantes (la reportera feminista Maggie Dubois-Natalie Wood y el fiel asistente de Curtis, Hezekiah, al que encarna Keenan Wynn) en La carrera del siglo. En el título que acapara estas líneas, producido en 1968 por el habitual Ken Wales para The Mirisch Corporation, la fiesta constituye el hilo argumental y el vehículo en torno al cual se desarrollan algunos de los acontecimientos más divertidos de la Historia del Cine, todo ello subrayado a la perfección por los sedosos compases de la música de Henry Mancini, pilar básico de la película, quien compone una espectacular banda sonora integrada por 12 temas e interpretada por artistas de la talla de Shelly Manne, Jimmie Rowles o Bill Plummer.

 




 

Tras su fructífera colaboración en las dos primeras entregas de la saga de La pantera rosa, parece ser que ni Edwards ni Sellers estaban deseando volver a trabajar juntos (lo que ciertamente no deja de extrañar a quienes hemos disfrutado como niños viendo las chispas de celuloide de alto voltaje que producían sus talentos combinados). Afortunadamente, y acuciados por la necesidad de afianzar un nuevo éxito de taquilla, ambos olvidaron momentáneamente sus diferencias para crear esta brillante sucesión de slapstick en la que Richard Henry Sellers, nombre completo del inolvidable actor de Southsea, Hampshire, contó con abundante libertad de improvisación por parte del director. El guateque (The Party) es visiblemente deudora de la comicidad de Jacques Tati, que había rodado su espléndida Playtime un año antes, si bien a Edwards no le interesa tanto denunciar las estructuras de incomunicación que asfixiaban al ser humano en la segunda mitad del siglo XX, sino más bien retratar con su estilo inimitablemente cool la hipocresía que rodeaba la industria cinematográfica (contra la que volvería a arremeter posteriormente en S.O.B. (1981), esta vez con el protagonismo crepuscular de William Holden, mientras nos lleva de carcajada en carcajada de la mano de un trasunto del inspector Clouseau que hace gala de un acento todavía más chirriante que aquel.





Uno de los escasos diálogos de esta extraordinaria comedia, que contó con un guión exiguo de apenas 68 páginas durante su filmación, afirma que “En India no creemos que somos. Sabemos lo que somos”. Tanto Edwards como Peter Sellers sabían perfectamente lo que eran y el tipo de película que podía resultar de su unión creativa. Sólo alguien como Blake Edwards podía convertir una lujosa residencia de Beverly Hills o Bel Air en una gigantesca piscina jabonosa donde los músicos contratados para la ocasión siguen tocando sus acordes de sofisticado jazz a pesar de quedar casi totalmente cubiertos por la espuma. Y es que, para el director oriundo de Oklahoma, son precisamente los retoños del dueño de la mansión en la que sitúa su historia (el bigotudo coronel Clutterbuck, interpretado con genial understatement por J. Edward McKinley), jóvenes de la Nueva Era que preconizaba ese año 68, quienes propician la purificación de la villa donde se dan cita sus invitados. El artífice de este baño con espuma pacifista no es otro que el inefable Hrundi V. Bashi, agraviado por la ofensa que constituye para su cultura el que un elefante sea pintarrajeado, por muy loables que sean los lemas que luzca en su lomo. Ni corto ni perezoso, enfundado en un pijama de color butano y con la ayuda de una aspirante a actriz vestida con la ropa de un niño, este actor indio en paro, atraído magnéticamente hacia los prohibidos mandos de iluminación y sistemas de control de la vivienda, transformará el suntuoso hábitat hollywoodiense en una piscina omnipresente a la que irán cayendo, sucesivamente, todos los asistentes al guateque, incluida la delegación de músicos rusos (tal vez un divertido guiño a la Guerra Fría por parte de Edwards). Tal como rezaba uno de los lemas publicitarios de la película, “Si usted ha asistido a una fiesta más desmelenada que ésta, queda arrestado”.

 



 

El film de Edwards está plagado de momentos impregnados de un hilarante desmelenamiento a los que es difícil sustraerse, gran parte de ellos propiciados por el desbordante virtuosismo de Peter Sellers, el hombre de las mil caras: el zapato de Bakshi flotando en la piscina; el asiento ridículo que se le asigna durante la cena; el pollo que va a parar al postizo de la actriz; el camarero que se tambalea con la bandeja de un lado para otro (prodigiosa composición mímica de Steve Franken) mientras apura progresivamente las copas que rehúsan los comensales; las cómicas escenas de antagonismo entre el jefe de cocina y el camarero que se vislumbran en la cocina, al entreabrirse las puertas batientes; las posturas imposibles que adopta el bueno de Hrundi para contener su urgencia fisiológica ante los interminables acordes de la canción Nothing To Lose que entona la simpática starlet francesa Michelle (Claudine Longet) o la pistola espacial de sonido descacharrante con la que nuestro héroe desbarata el bisoñé del director de la película que ha echado a perder antes de acudir al evento (interpretado por el futuro capitán Stubing de la serie Vacaciones en el mar, Gavin McLeod, quien ya había destacado anteriormente como el marinero tatuado de Operación Pacífico, excelente comedia militar rodada casi una década antes por Edwards), así como sus libidinosos planes.  


Al final, el pretendido gafe, ese ser marginal no tanto por el color de su piel sino por sus continuos tropiezos con la rigidez almidonada de quienes le han invitado a gozar de sus privilegios, ese paria de guateque a quien el rechazo visceral de casi todos los invitados no consigue apagar el brillo de su bondadosa sonrisa, pasará a ser el alma de la fiesta y a conquistar las simpatías unánimes del público que aplaude abiertamente sus meteduras de pata, logro que obtendrá tras subvertir el orden establecido volviendo del revés la mansión del productor que le ha añadido a su black list particular, firmando con ello la orden de derribo de su propia casa. El corneta miope que se negó a sucumbir en los estertores de la Gran Bretaña colonial, dinamitando por accidente el fuerte construido en exteriores para la funesta película El hijo de Gunga Din, ha alcanzado el mayor protagonismo de su carrera sin necesidad de aprenderse el guion. Nos alegramos mucho por ti, Hrundi V. Bakshi, y prometemos aprender a chapurrear hindustaní en el próximo guateque al que estés invitado, siempre y cuando no te acerques demasiado a la piscina…