LA CASA DE LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES

viernes, 10 de abril de 2020

El amor por la libertad: Howard Fast y “Espartaco”



En 1951, el escritor norteamericano Howard Fast (Nueva York, 1914) publicó mediante suscripción popular “Espartaco” (Spartacus), una novela histórica que había sido rechazada sistemáticamente por varias editoriales, entre otras razones debido a la afiliación del autor con el comunismo y a sus discrepancias con el Comité de Actividades Antiamericanas liderado por el siniestro senador McCarthy. Nueve años después, al ser adaptada a la gran pantalla por el director británico Stanley Kubrick con guion de otro represaliado por la Caza de Brujas de Hollywood, Dalton Trumbo, “Espartaco” obtendría la popularidad y el reconocimiento que se le habían negado en su momento, siendo traducida a 82 idiomas y vendiendo millones de ejemplares.






La novela posee una estructura diferente a la de la película, ya que en ella el personaje de Espartaco, el legendario esclavo que lideró la rebelión de los gladiadores contra el poderío romano en el año 71 a.C., no asume el protagonismo absoluto, como sí ocurre en el film protagonizado por el recientemente desaparecido Kirk Douglas, sino que su personalidad se va dibujando a través de los recuerdos e impresiones de quienes le conocieron. Sin embargo, el hilo conductor de la historia, que no es otro que la defensa de la libertad ante la tiranía, mantiene su vigencia en su paso al celuloide y se ve reforzado por otro de los temas centrales de la novela: el amor imperecedero entre el valiente esclavo tracio y su esposa Varinia.








La dedicatoria del libro de Howard Fast constituye, por sí sola, toda una declaración de principios, de esas que a uno le apetece enmarcar y colgar en la pared del salón para releer de vez en cuando:



Este libro es para mis hijos Rachel y Jonathan. Se trata de una historia de hombres y mujeres valientes que existieron hace muchos siglos y cuyos nombres nunca han sido olvidados. Los héroes de este relato amaban la libertad y la dignidad humana y vivieron con nobleza. Escribí esta novela para que quienes la lean, ya sean mis hijos u otras personas, puedan derivar de ella fuerzas suficientes para afrontar nuestro turbulento futuro, y les sea posible combatir la opresión y el mal, de tal manera que el sueño de Espartaco pueda realizarse en nuestra época”.   


El principal artífice de que “Espartaco” viviera para siempre a través del cine sería su protagonista y productor, Kirk Douglas. El intérprete de origen ruso estaba interesado en llevar a la pantalla la novela de Fast desde mediados de los 50 y, en 1958, acordó cofinanciar esta colosal superproducción a través de su propia productora (Bryna Productions), junto a uno de los principales estudios, Universal Pictures. Para escribir el guion, contrató a Dalton Trumbo, uno de los tristemente célebres Diez de Hollywood, que había subsistido durante los últimos años firmando sus guiones con diversos seudónimos. La dirección del film le fue ofrecida en un principio a David Lean, quien la rechazó, y tras el despido de Anthony Mann por aparentes desavenencias con Douglas, éste se puso en contacto con Stanley Kubrick, el joven director inglés con quien había rodado en 1957 el clásico antimilitarista “Senderos de gloria”. Actores británicos tan prestigiosos como Laurence Olivier, Charles Laughton y Peter Ustinov encarnarían a los personajes romanos más destacados de la película, mientras que la actriz inglesa Jean Simmons, afincada en Estados Unidos, se encargaría de dar vida a la bella Varinia, el gran amor de Espartaco. Al igual que había ocurrido en “Los vikingos”, estrenada en 1958, Tony Curtis volvería a compartir cartel con Kirk Douglas, esta vez interpretando al poeta Antonino, fiel amigo del esclavo libertador.  


¿Temes a la muerte, Espartaco?

No más que a la vida.


El Espartaco de Stanley Kubrick y Kirk Douglas, realizado en 1960, conserva todos los valores humanos de la novela de Howard Fast y le confiere la fuerza cinematográfica del formato Technirama 70, la belleza de la banda sonora de Alex North y la espectacularidad de decorados y paisajes naturales rodados en escenarios españoles, con la participación de 5.000 soldados nacionales que sirvieron como extras. En 1991, el film fue objeto de una cuidada y exhaustiva restauración que le añadió 10 minutos de metraje adicional inédito, lo que nos permite disfrutar todavía más de sus épicos fotogramas. Espartaco ha quedado como la “película de romanos” más moderna y visionaria de la historia del cine, sentando un raro precedente en el género del péplum, ya que combina escenas intimistas de emotivo lirismo (como el reencuentro de Espartaco y Varinia a orillas del río) con impresionantes secuencias de masas, impensables en el cine actual.   






El idealismo y espíritu libertario de la novela de Howard Fast luce en todo su esplendor en el hermoso discurso que pronuncia Espartaco en el capítulo VI de la obra. Si el esclavo era para los romanos simplemente una “herramienta con voz” (instrumentum vocale), la voz literaria de Espartaco expresa de la siguiente manera sus ansias de libertad, fraternidad y justicia:






El mundo está cansado del canto del látigo. Es el único canto que los nobles romanos conocen. Pero nosotros no queremos volver a oírlo más. Al principio, todos los hombres eran iguales y vivían en paz, compartiendo entre ellos cuanto poseían. Pero ahora hay dos clases de hombres: amos y esclavos. Sin embargo, nosotros somos más numerosos que vosotros, mucho más. Y también somos más fuertes y mejores que vosotros. Cuanto de bueno hay en la humanidad está en nosotros, nos pertenece”.



miércoles, 1 de abril de 2020

"El hombre tranquilo" (The Quiet Man), un lugar idílico donde descansar



Si hay una película que nos haga sentir como ninguna otra la alegría de vivir, esa es, sin lugar a dudas, “El hombre tranquilo” (The Quiet Man), dirigida por el genial John Ford en 1952. La irresistible banda sonora de Victor Young expresa perfectamente con sus acordes irlandeses la vitalidad de esta obra maestra del cine que adaptaba a la gran pantalla la novela de Maurice Walsh. Como ocurre en tantos otros casos, la obra cinematográfica supera con creces a la literaria, añadiéndole una dimensión humana y mítica a la vez que la convierte en imperecedera para nuestra memoria sentimental.






John Wayne resulta inolvidable como el ex boxeador norteamericano Sean “Tornado” Thornton, resuelto a dejar atrás su pasado y a empezar una nueva vida en la tierra de sus ancestros, mientras que Maureen O’Hara ofrece una de sus actuaciones más recordadas como la carismática pelirroja Mary Kate Danaher, empeñada en no renunciar a la dote que le corresponde. Pero también habita en ese pueblecito irlandés de tarjeta postal el viejo Michaeleen Flynn (Barry Fitzgerald), filósofo y casamentero de reducida estatura cuyo caballo se detiene por voluntad propia frente al pub local. Este anciano con sonrisa de duende celta y una afición más que desmedida por el whisky suele exclamar “¡Homérico!” cuando algo se sale de lo común. Algo parecido nos sucede cada vez que visionamos esta maravillosa película a la que alguien debería haber nominado para el Premio Nobel de la Paz. Solo podemos calificarla de “homérica”, mientras buscamos otro adjetivo que acierte a describir fielmente todas las virtudes que encierra en sus edificantes fotogramas de celuloide tecnicoloreado.   

La Irlanda de “El hombre tranquilo” no es un reflejo fidedigno de la realidad, pero nos llega al corazón mucho más directamente que si lo fuese. Y es que el idílico pueblecito de Innisfree no se encuentra en ningún mapa y solo se puede acceder a él mediante el ejercicio de la imaginación. El nombre de este mítico escenario del celuloide más intemporal se inspira en unos magníficos versos de William Butler Yeats, el poeta nacional irlandés:






La isla del lago de Innisfree (The Lake Isle of Innisfree)
(W.B. Yeats)


Ahora me levantaré y emprenderé la marcha hacia Innisfree,
y una pequeña cabaña allí edificaré, con arcilla y zarzos:
nueve surcos de judías plantaré, así como un panal de miel,
y viviré solitario en el claro, entre el fragor de las abejas.

Y algo de paz allí tendré, porque la paz gotea con lentitud,
dejándose caer desde los velos matutinos hasta el lugar donde canta el grillo;
allí la medianoche es un tenue resplandor, y el mediodía un brillo purpúreo
y el atardecer se llena de alas de pardillo.

Me levantaré y emprenderé la marcha, pues siempre, sea noche o día,
puedo escuchar cómo el agua del lago chapotea con suaves sonidos contra la orilla;
mientras permanezco quieto en la carretera o sobre el grisáceo asfalto,
la oigo en lo más profundo de mi corazón.


Traducción de Ricardo José Gómez Tovar ©