Amigo
Kirk:
Al
amanecer, como si fuera todavía producto del sueño o un jirón de pesadilla, me he
enterado por los periódicos de que ya no estás físicamente entre nosotros. Sé
que hace tiempo que tenías un pie en el monte Olimpo de los Inmortales del
Cine, al que perteneces por derecho propio desde que gritabas en exteriores
rodados en España: “¡Yo soy Espartaco!”
Tu
admirable longevidad casi me convenció de que ibas a vivir para siempre, como
sucede con todos los maravillosos personajes de celuloide que creaste de la
nada. Has recorrido un largo camino, querido Issur Danielovitch Demsky, pues
tal galimatías fue el nombre que recibiste al nacer, y puede afirmarse en voz
alta que el Séptimo Arte nunca habría sido lo que fue sin tu imprescindible
presencia. Tan solo unas líneas no bastan para dar cabida a todo mi
agradecimiento por ese espíritu aventurero, entusiasta y alegre que nos
transmitiste a través de aquellas películas del Hollywood clásico, pero te
ruego las aceptes como un anticipo de futuros homenajes a tu talento.
Fuiste
un sólido Ulises de Ítaca, un loco de pelo rojo llamado Vincent Van Gogh, el
esclavo libertado y libertador Espartaco, el consumido jugador de póker Doc
Holliday, el valiente marino Ned Land, el temible jefe vikingo Einar y un
trompetista obsesionado por el sonido perfecto. También pasaste dos semanas en otra ciudad, la mítica
Roma, encontrándote a ti mismo mientras ayudabas a Edward G. Robinson a
enderezar una película dentro de otra película. Te pusiste bajo la sombra de un gigante en Israel y
contemplaste el último atardecer
junto a Dorothy Malone, tras siete días
de mayo y una primera victoria.
¿Y recuerdas cómo desenfundaste tu revólver ante el cantante Johnny Cash? Solo
podía quedar en pie uno de los dos en aquella plaza de toros donde tuvo lugar el gran duelo. ¡Y qué gracioso estuviste
oficiando de abogado con yate propio para tres
herederas, en una de tus escasas incursiones en la comedia! El número tres
parece repetirse en tu carrera cinematográfica: Carta a tres esposas, que rodaste a las órdenes del intelectual
Mankiewicz; Tres amores, que te
permitió subirte a un trapecio con la dulce Pier Angeli; e incluso Saturno 3, donde te asomaste al espacio
exterior con Farrah Fawcett, ex Ángel de Charlie.
Atravesaste
senderos de gloria y libraste un duelo de titanes para defender la
libertad de expresión, blanqueaste la Lista Negra de Hollywood e hiciste un pacto de honor en la pradera sin ley de la industria
cinematográfica. No obtuviste por ello ningún Oscar, solo tres nominaciones y
un premio honorífico de la Academia, de los que se dan a destiempo, con
vergüenza y mala conciencia por no haberlos concedido en su momento a una
estrella de cine ejemplar. Sin embargo, al contrario del título de una de tus
primeras películas, en la que interpretabas a un campeón de boxeo, nunca fuiste
un ídolo de barro. Siempre mantuviste
el compromiso con la intensidad interpretativa y poseíste un fino
olfato para detectar los guiones más prestigiosos de tu época. Si no, que se lo
pregunten a Vincente Minnelli, Elia Kazan, King Vidor o Richard Fleischer, que
tuvieron la gran suerte de dirigirte en alguna de sus mejores películas.
Aunque
te hayas ido de estas latitudes terrenales, sé que no andas muy lejos, amigo
Kirk. A lo mejor solo has ido a esperar el
último tren de Gun Hill o te has subido de nuevo al Nautilus para recorrer
otras 20.000 leguas de viaje submarino
de la mano de Walt Disney. Incluso puede que solo hayas emprendido un retorno al pasado, tal vez a bordo del
barco inmerso en un bucle temporal que comandabas en El final de la cuenta atrás. Al término de este gran carnaval que es la vida, puedes
descansar en paz por haber ofrecido tu mejor interpretación ante el auditorio
del mundo. Nunca serás uno de esos hombres
olvidados ni tampoco caminarás solo. Los
valientes andan solos, como le ocurría a tu personaje del cowboy anacrónico
que trata de sobrevivir en un oeste en vías de extinción, pero un valiente como
tú, el hijo del trapero que se elevó sobre la posición social que le había
tocado en suerte hasta dejar una huella imperecedera en los espectadores de
todo el mundo, jamás será un extraño en nuestra vida.
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