LA CASA DE LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES

miércoles, 30 de septiembre de 2020

POÉTICA SIMBOLISTA DE LA ELEVACIÓN

 

Toda visión del mundo es una mera cuestión de interpretación lingüística. Por ejemplo, si un estadista se apropia de la palabra “confín”, seguramente la desvirtuará hasta convertirla en instrumento coercitivo, en herramienta aberrante de restricción de libertades. Sin embargo, démosle a un poeta la palabra “confín” y nos compondrá con ella versos universales en los que hallaremos ilimitada libertad. Charles Baudelaire hace lo propio en su poema “El viaje”, donde dice:

 

Y nos marchamos siguiendo el ritmo de las olas, meciendo nuestro infinito sobre el confín de los mares”.

 

Pero además de equiparar el vocablo “confín” a sensaciones de infinito, el gran autor del Simbolismo francés nos regaló otro maravilloso poema, “Elevation”, que nos insta precisamente a “elevarnos” sobre las miserias de la existencia. Leído hoy, es como si Baudelaire lo hubiera escrito pensando en estos nada poéticos tiempos donde los antifaces no forman parte de ningún glamuroso baile de máscaras y en los que el sentido del humor ha sido reemplazado por la desconfianza más cerril. Se lo dedico a quienes, al igual que yo, cada día amanecemos más simbolistas y menos conectados a la desfigurada realidad oficial…



 


Elevación (Élévation)

Charles Baudelaire

 

Por encima de los estanques, por encima de los valles,

Sobre montañas y bosques, sobre nubes y mares,

más allá del sol, más allá de los éteres,

más allá de los confines de estrelladas esferas.

 

Te desplazas, espíritu mío, con agilidad

y como hábil nadador que desfallece en las olas,

alegremente surcas la profunda inmensidad

con voluptuosidad indescriptible y masculina.

 

 

Aléjate de estos mórbidos miasmas,

sube a purificarte al aire superior

y bebe, como puro y divino licor,

la luz clara que rellena los límpidos espacios.

 

Detrás del tedio y de la enorme tristeza

que abruman con su peso la brumosa existencia,

¡Afortunado aquel que puede con vigoroso aleteo

lanzarse hacia los campos luminosos y serenos!

 

Aquel cuyos pensamientos, como si fueran alondras,

hacia el cielo matutino emprenden libre vuelo,

¡quien planea sobre la vida y comprende sin esfuerzo

el lenguaje de las flores y de las cosas mudas!

 

Autor: Charles Baudelaire

Versión en español: ©Ricardo José Gómez Tovar

sábado, 12 de septiembre de 2020

UN CABALLERO DE BOSTON

 

Dicen que, con el tiempo, se puede superar cualquier cosa. No creo que esto sea posible, pero si a uno le conceden tiempo suficiente, puedes recolocar esas cosas donde pertenecen.”

 

El escritor norteamericano John Philips Marquand (1893-1960), galardonado con el premio Pulitzer en 1938, fue uno de los narradores más populares de su época, lo que motivó que algunas de sus obras se trasladaran a la gran pantalla con admirables resultados. Este es el caso de Cenizas de amor y El mundo de George Apley, dos títulos ambientados en la Nueva Inglaterra natal de su autor y dotados de una descripción entre crítica y nostálgica de la alta burguesía bostoniana.

 


Harry Moulton Pulham es el personaje central de Cenizas de amor (H.M. Pulham, Esq.), película rodada en 1941 por King Vidor para la MGM, en la que toma prestados los rasgos flemáticos y risueños de Robert Young, galán de moda por aquellos años. Estamos ante un film que ahonda mediante agradables imágenes (fotografiadas por Ray June en “glorioso blanco y negro”) en la psique de su personaje protagonista, un caballero de Boston, heredero de una familia de rancio abolengo, que se ve enfrentado a la nada despreciable tarea de redactar una pequeña biografía para una reunión de antiguos alumnos de Harvard. ¿Cómo encabezar el texto? ¿Quién es realmente H.M. Pulham? ¿Ha encontrado la felicidad en estos años? ¿Ha vivido la vida que realmente deseaba vivir?

 

Como es de rigor en casos similares, se produce un salto atrás en el tiempo y la veterana cámara vidoriana, que aquí muestra una predilección por los planos simbólicos de relojes, se aventura a dibujar el retrato de la personalidad más profunda del Sr. Pulham. Así averiguamos que este bostoniano respetable, padre de familia y empresario ejemplar, no siempre llevó una existencia tan metódica, repartida entre sus horas de oficina y esos momentos de asueto que consisten en pasear a su perro Bitsey y dar de comer un puñado de nueces a las ardillas del parque. Hubo un tiempo en que Harry, recién desmovilizado de la I Guerra Mundial, quiso conocer algo más del mundo que le rodeaba y abandonar temporalmente el asfixiante espacio familiar al que sabía que estaba abocado tarde o temprano.

La invitación de su buen amigo Bill King (encarnado con su acostumbrada solvencia por un joven Van Heflin) para entrar a formar parte de una empresa publicitaria de Nueva York será la piedra de toque que active ese intento de desapego de los ancestros bostonianos. En el cosmopolita ambiente neoyorquino, lejos del corsé atávico de su lugar natal, Harry se enamorará de una compañera de trabajo, la redactora Marvyn Miles (interpretada por la bella actriz austriaca Hedi Lamarr), quien le fascina por su carácter independiente y su inteligencia, a pesar de no responder exactamente a su tipo ideal de mujer. Marvyn parece compartir este sentimiento, aunque es consciente de la abismal diferencia que existe entre los mundos de los cuales ambos proceden. Lo que más le atrae de Harry es precisamente su naturalidad:

 

Cuando te vi por primera vez en la oficina, no sabía si eras tonto o listo. Ahora sé que eres algo que nunca había conocido: tú mismo”.   

 



Y es que el protagonista de este singular melodrama romántico solo ambiciona ser “una persona normal y corriente”, un graduado de Harvard que no destaca por ninguna habilidad especial, que tiende a preocuparse algo más de la cuenta por el curso de los acontecimientos, un privilegiado cuya acomodada posición familiar no le ha convertido en arrogante ni orgulloso. Pero el influjo del entorno tradicional que ha visto crecer a Harry Pulham no jugará a su favor en su relación con Marvyn. La brillante redactora publicitaria se ahoga bajo el peso de las convenciones de Westwood, el hogar familiar de los Pulham, y regresará a la contaminada Nueva York en busca de aire puro. Con la muerte del padre de Harry (al que da vida el genial Charles Coburn), se ensanchan las distancias entre los enamorados, al verse obligado éste a asumir el control de la empresa familiar de inversiones. Mientras tanto, Kay Motford (Ruth Hussey), una chica de su misma posición, amiga de la familia desde la infancia, va haciéndose hueco en el dolido corazón de Harry…

  

El flashback termina al son de los acordes de Bronislau Kaper, y King Vidor nos devuelve a la actualidad. Harry ha conseguido redactar esos datos que recopilan toda una vida. Sin embargo, hay algo que le preocupa. Una voz del pasado, la de una mujer llamada Mrs. Ransome, rasgando el velo protector de la memoria, ha irrumpido en el presente a través del teléfono de su oficina. Marvyn Miles está en la ciudad y desearía verle. La mujer de Harry, Kay, ha contraído demasiados compromisos sociales como para poder acompañar a su marido en el viaje que éste lleva solicitándole desde hace días, una excursión hacia la intimidad perdida entre dos esposos, hacia la amnistía transitoria de las responsabilidades familiares. Harry, una vez más, se ve desbordado por la realidad. ¿Habrá algo en el Hotel Hadley, donde se aloja su ex amada, que pueda dar mayor sentido a su vida?





Pero Cenizas de amor no es una historia de amores adúlteros, sino un film que sondea con mano tersa la personalidad de sus personajes a la búsqueda de pruebas genuinas de su felicidad. Y Harry, mostrando una lucidez que solo parecía estar aletargada bajo su capa de sopor cotidiano, comprende el significado de las palabras que le dedica Marvyn, la mujer a la que amó en días ya remotos y a la que es probable que siga queriendo aún:

 

Cariño, no podemos volver atrás. No habría funcionado.

 

No, el pasado no puede repetirse, subraya la prosa poética fílmica de Vidor, pero a veces ayuda a valorar más justamente el presente, por muy desapasionado que éste parezca. Y en su apacible normalidad, desenmascarada la inconsistencia de esas cenizas de amor, Harry, el caballero de Boston, descubre que es un hombre dichoso y que la vida que ha vivido, y que seguirá viviendo junto a Kay, es la más perfecta posible para alguien como él.