Hay un poema de Boris Pasternak, el genial escritor ruso
de cuya pluma surgió Doctor Zhivago, titulado
Otoño, que dice: “No hicimos ninguna promesa de saltar
obstáculos / aún afrontaremos nuestro fin con honestidad”. Me aventuro a afirmar
que Omar Sharif, el actor egipcio que saltó a la fama mundial de la mano del
director David Lean, ha afrontado su última partida de cartas con la honesta
sobriedad que caracterizaba sus mejores encarnaciones cinematográficas (cualidad
que algunos confundieron con la aparente inexpresividad de quien fue un campeón
internacional de bridge). Y es que
Michel Demitri Chalhoub, como realmente se llamaba este inolvidable intérprete
nacido en 1932 en la mítica Alejandría, tras destacar con su poderosa interpretación
de Sherif Ali en la obra maestra Lawrence
de Arabia en 1962, pronto pasaría a dar vida al que acabaría siendo su
personaje fetiche: el médico poeta Yuri Zhivago. La melancólica seriedad de
Sharif se adaptaría como un guante a las deslumbrantes imágenes de esta colosal
película, rodada en 1965, que halló en los parajes de Soria, Salamanca y Madrid
unos escenarios ideales para sustituir a la Rusia de las eras zarista y
revolucionaria donde está ambientada la historia original. Así, bajo la tutela
de uno de los mejores directores de la Historia del Cine, con quien trabajaría por
segunda vez, Omar se convirtió en Yuri y el Zhivago de celuloide se encontró por
fin con Sharif, el rostro que había estado esperando para poder cantar fielmente
la belleza de Lara con sus versos escritos frente a un cristal helado. Siguiendo
una trayectoria irregular, la estrella egipcia aceptaría posteriormente
variopintos papeles en títulos que le trasladarían hasta la Europa medieval (El último valle), el Imperio austrohúngaro
(Mayerling, donde interpretaba al
archiduque Rodolfo), la España de la Guerra Civil (Y llegó el día de la venganza), la Mongolia de Gengis Kan (en la
película homónima) o los áridos terrenos del western (El oro de McKenna), aunque también intervino en musicales
sesenteros (Funny Lady, donde tuvo
como pareja a Barbra Streisand), atípicas películas de espías (La semilla del tamarindo, junto a Julie
Andrews), péplums de alto calibre (La
caída del Imperio Romano) y films de episodios de exquisita factura (El Rolls-Royce amarillo). Sin embargo,
por muchas otras interpretaciones que fuese acumulando en su carrera, Sharif
nunca logró borrar de nuestra memoria cinéfila la esencia de Yuri Andréyevich
Zhivago, el personaje que, tal como describía poéticamente Boris Pasternak “desde la infancia, se quedó prendado de la
contemplación de los bosques al atardecer, recortados contra el sol poniente,
como si en aquellos momentos se sintiera también él traspasado por los rayos de
luz”.
Ahora ya nos lo imaginamos así, recorriendo del
brazo de su querida Lara las estepas rusas en primavera mientras el hielo del palacio
de Varykino se va derritiendo con la calidez de su abrazo. ¡Hasta siempre, Omar-Yuri! Cada vez que dirijamos la vista hacia el Moncayo (el doble de los montes
Urales en la película que da título a estas líneas), nos acordaremos de ti.