LA CASA DE LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES

viernes, 22 de marzo de 2013

EL ÁRBOL DE PUSHKIN


Las urracas y los mirlos llegaron antes que yo. Correteaban con ímpetu primaveral sobre la tierra húmeda y el fragante césped que rodeaban el montículo donde se erguía la estatua, mientras absorbían los deliciosos aromas que el reciente chaparrón había destapado de su tarro de esencias. Respetando el juego de las plácidas aves, me acerqué con paso cauteloso hasta ellas. Ignoro si conocían el nombre del personaje que aparecía representado en el todavía goteante bronce verdoso, pero de algún modo parecían haberse sentido atraídas por su magnético romanticismo. Detrás de la estatua de Pushkin, a modo de hermoso marco natural, florecía un esplendoroso almendro. Entonces abrí mi ejemplar de Eugenio Oneguin, la gran novela en verso a la que puso música de ópera el mismísimo Chaikovski, y busqué ansioso la dedicatoria que Alexander Pushkin escribió a su amigo Pedro Aleksandróvich Pletnev:


Acepta, con ánimo benevolente, esta colección de capítulos tan dispares, mitad cómicos, mitad tristes, populares, espirituales, fruto descuidado de mis diversiones, insomnios, vagas inspiraciones, frías observaciones de mi cerebro y amargas decepciones de mi corazón; fruto de mis años marchitos antes de florecer”.

Estatua de Pushkin en el jardín de la Quinta de la Fuente del Berro, Madrid


No podía imaginar un mejor lugar de reposo que aquél para el poeta romántico ruso. Algo me decía que no murió en aquel duelo de honor en el que se batió en un gélido día de enero de 1837, a imitación de Lenski, uno de los personajes de su inmortal novela, por defender el honor de su dama. Ahora sabía que Pushkin, lejos de marchitarse, se había transformado en una estatua de vergel, en un imán literario para pájaros juguetones a los que seguramente les habría gustado leer sus versos. Cerré el volumen despacio, para no asustar al encantador mirlo que revolvía la tierra a tan sólo unos centímetros de donde yo me hallaba, y sonreí emocionado al ver florecer al unísono el árbol y el espíritu de un artista eterno.    

domingo, 17 de marzo de 2013

He Wishes for the Cloths Of Heaven

Portrait sketch of William Butler Yeats in 1908
by John Singer Sargeant. Click for a larger image.

Uniéndome a la celebración de San Patricio, la fiesta nacional de Irlanda, he querido traducir al castellano uno de los más bellos poemas de William Butler Yeats (1865-1939), insigne escritor dublinés cuya obra aúna el folclore y la tradición celta de su país en una peculiarísima simbología. Galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1923 y uno de los fundadores del Abbey Theatre, la poesía de Yeats, un autor que en cierta ocasión afirmó que “la literatura no es sino la expresión de estados de ánimo mediante el vehículo del símbolo y el incidente” fascina tanto hoy día como en el momento en que fue escrita. Espero que la disfrutéis y, sobre todo, ¡Beannachtai na Feile Padraig! (Feliz Día de San Patricio en gaélico)!







He Wishes for the Cloths Of Heaven (1899) de William Butler Yeats
Anhela los ropajes del cielo
(Versión bilingüe de Ricardo Gómez Tovar©)



HAD I the heavens' embroidered cloths,               Si yo tuviera los bordados ropajes del cielo,
Enwrought with golden and silver light,               Incrustados con luz de oro y plata,
The blue and the dim and the dark cloths              las azuladas, sombrías y oscuras ropas
Of night and light and the half-light,                     de la noche y de la luz y de la media luz,
I would spread the cloths under your feet;             los ropajes extendería bajo tus pies;
But I, being poor, have only my dreams;                Mas, siendo pobre, sólo poseo mis sueños;
I have spread my dreams under your feet;             Bajo tus pies he extendido mis sueños;
Tread softly because you tread on my dreams.  Pisa con suavidad, pues sobre mis sueños caminas.