LA CASA DE LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES

viernes, 29 de junio de 2012

In memoriam, Mr. Bradbury

Aquí os presento un microrrelato a través del cual deseo rendir agradecido homenaje a Ray Bradbury, gran creador de mundos de ciencia-ficción y extraordinario escritor, fallecido el 5 de junio de 2012 a la edad de 91 años.



Cuando desperté, Ray estaba en la habitación. Su mirada, oculta detrás de los cristales de sus gruesas gafas, aún estaba inmersa en el espacio ilimitado y desconocido que para él tenía la familiaridad del patio trasero de su casa. Mi sueño no había sido nada apacible, ya que me habían asaltado dos pesadillas. En la primera, unos extraños bomberos quemaban libros en un futuro desolador en el que una pantalla controlaba el pensamiento en cada hogar y la familia de carne y hueso había pasado a ser sustituida por un holograma; la segunda me inquietaba por sus imágenes de un hombre cuyo cuerpo estaba totalmente cubierto de escenas ilustradas que presagiaban horribles acontecimientos. Cuando le conté mis pesadillas, Ray no se inmutó. Es como si ya conociese su existencia, como si él también las hubiese soñado alguna vez. Después me preguntó si, ahora que estaba despierto, con la luz encendida, aquellos malos sueños me asustaban más que las noticias que había escuchado el día anterior o que las que nos tenían ya preparadas los medios de comunicación para sobresaltarnos con ellas a la mañana siguiente. “No, amigo Bradbury”, respondí, “la verdad es que me asustan mucho menos que las funestas y nocivas informaciones que tratan de socavar nuestra mutable estabilidad humana día tras día”.

“Eso es lo que yo pensaba”, me dijo sonriendo. Entonces, ya más tranquilizado, me volví a dormir y soñé con un mundo nuevo, con fantasías que corrigieran los defectos de la realidad, en el que el horror ya sólo fuese un mal recuerdo. Al despertarme, Ray Bradbury ya no estaba en la habitación. Sólo se veían sus gafas sobre la mesa, un exceso de equipaje para el viaje que ahora debía emprender. Había desaparecido físicamente de este planeta, pero tal vez no de la galaxia. Cualquier día, al mirar por mi telescopio, tal vez le vería cayendo de nuevo a la Tierra en una lluvia de Perseidas. 

domingo, 3 de junio de 2012

La Tesis de Perrin

... o Historia de Dos



No fue nada fácil ni tampoco parecía prudente, pero al final consiguieron vencer la resistencia de la puerta. Traspasando el umbral abierto de la Biblioteca de Literatura Inglesa de la facultad, los dos intrusos, jóvenes estudiantes matriculados en esta institución, respiraron los vapores de embriaguez de quienes están a punto de hacer realidad sus sueños. Superada la vacilación, el temor al castigo, la sensata renuncia, por fin dormirían el uno en brazos del otro, y los dos en brazos de Milton, Shakespeare, Elizabeth Barrett Browning y Charlotte Brontë. Ninguno de los dos lo sabía a ciencia cierta, pero habían leído en alguna parte que pasar la noche en una biblioteca era una de las experiencias más intensas que podían vivirse.



Si alguna vez tenéis la oportunidad de pernoctar entre libros, soñaréis con las historias que éstos encierran y dialogaréis libremente con sus autores, sin las ataduras de la lógica o la linealidad del raciocinio”.



La cita procedía de Mítica de Leer, de E.L. Perrin, eminente especialista en Lengua y Literatura Inglesa, Doctorado en Cambridge en 1967, Lector en las universidades de Harvard, La Sorbonne, Bolonia y Leipzig, y autor de dos obras de referencia en el campo del ensayo literario, la citada y Simbolismo y Características Generacionales de Joyce y otros Modernistas. Los dos jóvenes conocían las tesis de E.L.Perrin por empeño propio, pues aunque ambos estaban matriculados en la asignatura de Literatura Inglesa I, el programa de estudios del profesor desplazaba incomprensiblemente a Perrin a un peyorativo segundo plano, aglutinado entre nombres de envergadura intelectual mucho menor que la suya, bajo el epígrafe de Bibliografía Complementaria.



El haz amarillo brillante de la linterna les abrió camino en el bloque de oscuridad. De cuando en cuando alumbraba aquí y allá, revelando en el marco de su destello las Grandes Esperanzas de Dickens en tapa dura, descubriendo los Trabajos de Amor Perdidos en edición bilingüe o iluminando un Astrophil y Stella en rústica.



-¡Están todos!- Era la voz de la chica, tintada de emoción.

-Y en todo el curso no hemos leído ni un cinco por ciento de ellos…-añadió el joven, frunciendo el ceño con gesto descreído, mientras iba señalando con el dedo cada uno de los puntos de luz.

-No importa –contestó la chica, apretando la mano de su acompañante con la satisfacción de la íntima complicidad–. Esta noche soñaremos con todas sus maravillosas historias.



Al llegar al pie de la ventana, desplegaron el saco de dormir sobre el crujiente entarimado y se desplomaron encima de él. La tensión de hacer algo prohibido les había dejado extenuados. Los dos sentían las piernas pesadas y la boca reseca, pero no querían dormir todavía. La verdadera emoción consistía en asimilar todas aquellas obras. Las restantes asignaturas del curso, como ya bien sabían por experiencia, apenas les dejaban  tiempo para leer. Y había tanto que leer. Él la atrajo hacia su pecho, que subía y bajaba como un émbolo descontrolado, y ella pudo escuchar de cerca su respiración acelerada. Ninguno de los dos estaba muy seguro de querer empezar una relación en serio, siendo inexpertos en la materia como eran, y aunque ambos habían leído a Blake y estaban plenamente de acuerdo en que “el amor, el dulce amor, ya no se consideraba pecado”, sentían un miedo cerval a dar el primer paso. Por eso habían acordado que aquella noche simplemente dormirían el uno al lado del otro. Aunque impaciente, el nocturno Eros aún podía esperar a que se unieran físicamente en otra ocasión. Los dos estaban deseosos de adquirir ese conocimiento carnal que les pedía ya a gritos una mirada más larga y acariciadora de lo habitual, un aliento tan cercano que casi se podía libar en él o el tacto de sus manos entrelazadas. Sin embargo, aquella noche sólo permanecerían el uno junto al otro, rodeados de las más perfectas historias jamás escritas, las cuales descansaban respetuosamente en las estanterías de la sala oscurecida, aunque tal vez sus cuerpos se unieran en las extraordinarias divagaciones de sus sueños, en aquellas variaciones literarias que Perrin aseguraba que podían soñarse. La chica fue la primera en quedarse dormida, relajada en los brazos de su acompañante. Éste trataba de concentrar su pensamiento en los libros con que le gustaría soñar aquella noche. Visitó el ondulado país de Thomas Hardy en Lejos Del Mundanal Ruido, las Tierras Estériles de T.S. Eliot, las mansiones revisitadas de Brideshead y cayó en un profundo sueño mientras se hallaba a bordo de la cubierta del Patna de Lord Jim.



Leemos en páginas escritas por otros las propias páginas de nuestra vida. Quien se acerca  por primera vez a una historia lo hace porque, de algún modo, bien en parte o en su totalidad, literal o aproximadamente, ya ha vivido una situación parecida en el pasado, la está viviendo en el presente o le gustaría vivirla en un futuro inmediato”. (E.L. Perrin).



Despertaron antes de las ocho, como habían planeado, para que no les descubriera ningún conserje más madrugador de la cuenta. Cargaron el saco de dormir al hombro y abandonaron la biblioteca entre bostezos y desperezos. Una última mirada a los libros que tanto amaban y una mirada soñolienta entre ambos. Los jóvenes se miraban reflexivamente, preguntándose si el uno se sentiría tan defraudado como el otro, deseando conocer sus mutuas revelaciones pero reacios a comunicarse aún. ¿Tendría el otro algo que contar? ¿Se habrían diferenciado sus sueños de aquella noche pasada de los de tantas otras noches? ¿Y si Perrin sólo fuera un teórico? ¿Y si hubiera hablado simplemente en sentido metafórico y ellos hubieran ido mucho más lejos, al permitirse la libertad de tomar sus ideas al pie de la letra? A decir verdad, los dos tenían la sensación de que no sólo sus sueños de aquella noche pasada no habían diferido sustancialmente de los de otras noches, sino que la reminiscencia que de ellos poseían era mucho más vaga y difusa de lo habitual. Ninguno recordaba la más mínima huella literaria en los posos depositados sobre sus desactivadas vías neuronales. Ni el más leve vestigio de haber dialogado con Shakespeare sobre la naturaleza de la enigmática “Dama Oscura” de sus Sonetos o de haber entonado hasta quedarse afónicos junto a Keats su emotiva “Ya estoy contigo. Tierna es la noche…”. Tampoco ninguno de los dos era consciente de haber ampliado su conocimiento por haber respirado el mismo aire de aquellos libros egregios. Seguían teniendo el mismo ansia de penetrar en sus cifradas esencias, en mayor medida si cabe que antes por la frustración y ridículo de que empezaban a sentirse presas. Y sin embargo su propósito había sido tan serio, su ingenuidad tan hermosa. Entonces ella habló.



-¿No ocurrió nada, verdad? Lo que quiero decir es que tampoco a ti te pasó, ¿me equivoco?



La muchacha le miró a los ojos con sinceridad. No había por qué ocultar lo evidente. Él respondió al momento, agradecido de que los labios de ella hubieran eclosionado tan oportunamente en la baldía gravedad del silencio.



-No, al menos no lo que habíamos pensado que ocurriría.



Idéntica franqueza, seguida de instantes de silencio. Los ojos de él ya no huían, pues encontraban recíproca comprensión en los de ella. Reconocido el fracaso, automáticamente se desvaneció todo sentimiento de haber hecho el ridículo. Sonrieron liberados. Después de todo, y aunque no hubiera sido en circunstancias muy cómodas, habían dormido juntos por primera vez. Era fácil darse cuenta de que aquella no había sido una experiencia malograda o equívoca. Tal vez sus efectos se dejaran sentir más tarde, en algún otro momento de sus vidas. Tal vez lo que E.L.Perrin había querido decir es que no se puede adquirir conocimiento más que a través del conocimiento. La lectura era la única manera de leer en el interior de aquellos libros. Ninguna otra maniobra humana o artificial podría nunca sustituir a la íntima experiencia de descubrir todo un mundo de símbolos, ya fuesen nuevos, insólitos, buscados con ahínco o profundamente ignorados, en los infinitos mundos que hormigueaban en cada libro. La chica comprendió de repente todo esto, y la súbita comprensión enriqueció su mirada con un aire de madurez que el joven encontró irresistible. El apasionado beso que plantó en sus labios pareció insuflado por una repentina inspiración de Eros, el único personaje de libro que al parecer había yacido junto a ellos, ya que a partir de entonces los dos jóvenes no dejaron de besarse, dejando espacio entre ósculo y ósculo para leer todas las historias que no habían conseguido asimilar en sueños durante aquella primera y única noche que pasaron en la biblioteca.



En el Libro, que es la Historia, también está contenida la Vida, que a su vez encierra el Todo, una de cuyas partes es el Libro” (E.L.Perrin).