... o Historia de Dos
No fue
nada fácil ni tampoco parecía prudente, pero al final consiguieron vencer la
resistencia de la puerta. Traspasando el umbral abierto de la Biblioteca de
Literatura Inglesa de la facultad, los dos intrusos, jóvenes estudiantes matriculados
en esta institución, respiraron los vapores de embriaguez de quienes están a
punto de hacer realidad sus sueños. Superada la vacilación, el temor al
castigo, la sensata renuncia, por fin dormirían el uno en brazos del otro, y
los dos en brazos de Milton, Shakespeare, Elizabeth Barrett Browning y
Charlotte Brontë. Ninguno de los dos lo sabía a ciencia cierta, pero habían
leído en alguna parte que pasar la noche en una biblioteca era una de las
experiencias más intensas que podían vivirse.
“Si alguna vez tenéis la
oportunidad de pernoctar entre libros, soñaréis con las historias que éstos
encierran y dialogaréis libremente con sus autores, sin las ataduras de la
lógica o la linealidad del raciocinio”.
La cita procedía de Mítica de Leer,
de E.L. Perrin, eminente especialista en Lengua y Literatura Inglesa, Doctorado
en Cambridge en 1967, Lector en las universidades de Harvard, La Sorbonne, Bolonia
y Leipzig, y autor de dos obras de referencia en el campo del ensayo literario,
la citada y Simbolismo y Características Generacionales de Joyce y otros
Modernistas. Los dos jóvenes conocían las tesis de E.L.Perrin por empeño
propio, pues aunque ambos estaban matriculados en la asignatura de Literatura
Inglesa I, el programa de estudios del profesor desplazaba incomprensiblemente
a Perrin a un peyorativo segundo plano, aglutinado entre nombres de envergadura
intelectual mucho menor que la suya, bajo el epígrafe de Bibliografía
Complementaria.
El haz amarillo brillante de la
linterna les abrió camino en el bloque de oscuridad. De cuando en cuando
alumbraba aquí y allá, revelando en el marco de su destello las Grandes
Esperanzas de Dickens en tapa dura, descubriendo los Trabajos de Amor
Perdidos en edición bilingüe o iluminando un Astrophil y Stella en
rústica.
-¡Están todos!- Era la voz de la
chica, tintada de emoción.
-Y en todo el curso no hemos leído ni
un cinco por ciento de ellos…-añadió el joven, frunciendo el ceño con gesto
descreído, mientras iba señalando con el dedo cada uno de los puntos de luz.
-No importa –contestó la chica,
apretando la mano de su acompañante con la satisfacción de la íntima
complicidad–. Esta noche soñaremos con todas sus maravillosas historias.
Al llegar al pie de la ventana,
desplegaron el saco de dormir sobre el crujiente entarimado y se desplomaron
encima de él. La tensión de hacer algo prohibido les había dejado extenuados.
Los dos sentían las piernas pesadas y la boca reseca, pero no querían dormir
todavía. La verdadera emoción consistía en asimilar todas aquellas obras. Las
restantes asignaturas del curso, como ya bien sabían por experiencia, apenas
les dejaban tiempo para leer. Y había
tanto que leer. Él la atrajo hacia su pecho, que subía y bajaba como un émbolo
descontrolado, y ella pudo escuchar de cerca su respiración acelerada. Ninguno
de los dos estaba muy seguro de querer empezar una relación en serio, siendo
inexpertos en la materia como eran, y aunque ambos habían leído a Blake y
estaban plenamente de acuerdo en que “el
amor, el dulce amor, ya no se consideraba pecado”, sentían un miedo cerval
a dar el primer paso. Por eso habían acordado que aquella noche simplemente
dormirían el uno al lado del otro. Aunque impaciente, el nocturno Eros aún
podía esperar a que se unieran físicamente en otra ocasión. Los dos estaban
deseosos de adquirir ese conocimiento carnal que les pedía ya a gritos una
mirada más larga y acariciadora de lo habitual, un aliento tan cercano que casi
se podía libar en él o el tacto de sus manos entrelazadas. Sin embargo, aquella
noche sólo permanecerían el uno junto al otro, rodeados de las más perfectas
historias jamás escritas, las cuales descansaban respetuosamente en las
estanterías de la sala oscurecida, aunque tal vez sus cuerpos se unieran en las
extraordinarias divagaciones de sus sueños, en aquellas variaciones literarias
que Perrin aseguraba que podían soñarse. La chica fue la primera en quedarse
dormida, relajada en los brazos de su acompañante. Éste trataba de concentrar
su pensamiento en los libros con que le gustaría soñar aquella noche. Visitó el
ondulado país de Thomas Hardy en Lejos Del Mundanal Ruido, las Tierras
Estériles de T.S. Eliot, las mansiones revisitadas de Brideshead y cayó
en un profundo sueño mientras se hallaba a bordo de la cubierta del Patna de Lord
Jim.
“Leemos en páginas escritas por
otros las propias páginas de nuestra vida. Quien se acerca por primera vez a una historia lo hace
porque, de algún modo, bien en parte o en su totalidad, literal o
aproximadamente, ya ha vivido una situación parecida en el pasado, la está
viviendo en el presente o le gustaría vivirla en un futuro inmediato”.
(E.L. Perrin).
Despertaron antes de las ocho, como
habían planeado, para que no les descubriera ningún conserje más madrugador de
la cuenta. Cargaron el saco de dormir al hombro y abandonaron la biblioteca
entre bostezos y desperezos. Una última mirada a los libros que tanto amaban y
una mirada soñolienta entre ambos. Los jóvenes se miraban reflexivamente,
preguntándose si el uno se sentiría tan defraudado como el otro, deseando conocer
sus mutuas revelaciones pero reacios a comunicarse aún. ¿Tendría el otro algo
que contar? ¿Se habrían diferenciado sus sueños de aquella noche pasada de los
de tantas otras noches? ¿Y si Perrin sólo fuera un teórico? ¿Y si hubiera
hablado simplemente en sentido metafórico y ellos hubieran ido mucho más lejos,
al permitirse la libertad de tomar sus ideas al pie de la letra? A decir
verdad, los dos tenían la sensación de que no sólo sus sueños de aquella noche
pasada no habían diferido sustancialmente de los de otras noches, sino que la
reminiscencia que de ellos poseían era mucho más vaga y difusa de lo habitual.
Ninguno recordaba la más mínima huella literaria en los posos depositados sobre
sus desactivadas vías neuronales. Ni el más leve vestigio de haber dialogado
con Shakespeare sobre la naturaleza de la enigmática “Dama Oscura” de sus Sonetos
o de haber entonado hasta quedarse afónicos junto a Keats su emotiva “Ya
estoy contigo. Tierna es la noche…”. Tampoco ninguno de los dos era
consciente de haber ampliado su conocimiento por haber respirado el mismo aire
de aquellos libros egregios. Seguían teniendo el mismo ansia de penetrar en sus
cifradas esencias, en mayor medida si cabe que antes por la frustración y
ridículo de que empezaban a sentirse presas. Y sin embargo su propósito había
sido tan serio, su ingenuidad tan hermosa. Entonces ella habló.
-¿No ocurrió nada, verdad? Lo que
quiero decir es que tampoco a ti te pasó, ¿me equivoco?
La muchacha le miró a los ojos con
sinceridad. No había por qué ocultar lo evidente. Él respondió al momento,
agradecido de que los labios de ella hubieran eclosionado tan oportunamente en
la baldía gravedad del silencio.
-No, al menos no lo que habíamos
pensado que ocurriría.
Idéntica franqueza, seguida de instantes
de silencio. Los ojos de él ya no huían, pues encontraban recíproca comprensión
en los de ella. Reconocido el fracaso, automáticamente se desvaneció todo
sentimiento de haber hecho el ridículo. Sonrieron liberados. Después de todo, y
aunque no hubiera sido en circunstancias muy cómodas, habían dormido juntos por
primera vez. Era fácil darse cuenta de que aquella no había sido una
experiencia malograda o equívoca. Tal vez sus efectos se dejaran sentir más
tarde, en algún otro momento de sus vidas. Tal vez lo que E.L.Perrin había
querido decir es que no se puede adquirir conocimiento más que a través del
conocimiento. La lectura era la única manera de leer en el interior de aquellos
libros. Ninguna otra maniobra humana o artificial podría nunca sustituir a la
íntima experiencia de descubrir todo un mundo de símbolos, ya fuesen nuevos, insólitos,
buscados con ahínco o profundamente ignorados, en los infinitos mundos que
hormigueaban en cada libro. La chica comprendió de repente todo esto, y la
súbita comprensión enriqueció su mirada con un aire de madurez que el joven
encontró irresistible. El apasionado beso que plantó en sus labios pareció
insuflado por una repentina inspiración de Eros, el único personaje de libro
que al parecer había yacido junto a ellos, ya que a partir de entonces los dos
jóvenes no dejaron de besarse, dejando espacio entre ósculo y ósculo para leer
todas las historias que no habían conseguido asimilar en sueños durante aquella
primera y única noche que pasaron en la biblioteca.
“En el Libro, que es la Historia,
también está contenida la Vida, que a su vez encierra el Todo, una de cuyas
partes es el Libro” (E.L.Perrin).
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