The ceiling
of the room grew a few inches higher and the walls seemed to widen strangely,
as if they had just acquired the secret knowledge leading to the conquest of
gravity or the challenge of volumes and dimensions. No one moved and everyone
winced with swimming heads and swaying minds, their mouths gaping at the
strange phenomenon that their eyes were watching. “The Earth is shaking”, one
of the voices cried. “No, it’s the sky which is lowering”, said another. Faces
became stolid with fear, anxious with uncertainty and the colour vanished from
almost all cheeks. What rational explanation could be found for such a strange
thing? Wasn’t the room bigger now by all accounts? Weren’t the walls wider than
they were a few minutes ago? The party that peopled the room, made up of two
women and three men, more than half of them in their cups before the
unaccountable phenomenon took place, exchanged baffled glances and giggles that
clamorously failed to shrug the matter off. Too much had changed in too short
an interval. An eternity enclosed within an instant. The ones who seemed
tipsier put the whole thing down to the dizziness that had overcome them as
soon as the strong wine and fancy liqueur hit their veins and said that there
was nothing wrong with the fact of the room having expanded in every direction.
On the contrary, the sober members of the party announced dramatically their
helplessness and the danger that they were exposed to, without saying exactly
what made them feel threatened or endangered. Only one of the latter, a girl
who hardly ever said a word, and who had taken in just a drop of the weakest
concoction served during the party, remained calm and composed.
“Maybe we
have shrunk, and that’s why the room looks bigger and the walls wider to us”,
remarked the silent girl.
“What do
you mean by that?”, inquired an angry lady with dipsomaniac eyes, her trembling
lips betraying the discomfort she felt at such a wild remark.
“I don’t
know how to put it precisely”, replied the girl, “but perhaps we have grown too
fearful and gloomy lately. We have grown so accustomed to taking such a dim
view of things that somehow it’s like we have shrunk ourselves. The room is the
same as before, but we have grown smaller through negative thinking”.
The girl
stopped at that. She seemed to be exhausted from having discussed the matter at
length and now she relapsed into her former quiet ways. The angry lady stood
still for a moment, her anger gradually abating as she reflected on the girl’s
words. She probably was right. Blackness pervaded most conversations, low
spirits prevailed among people when meeting other people, preventing them from
making an effort to cheer up even under the bright perspective of sunny skies
and a warm breeze to match. That sinking feeling transmuted into that shrinking
feeling. Financial crisis merged with emotional bankruptcy, leaving everyone
shortchanged as far as hopes and illusion were concerned. “It’s true”, finally
erupted the angry lady. “We have shrunk through seeing only ugliness and
despair, through concealing beauty and the bright side of things!”.
Now that
the silent girl and the angry-looking lady shared a similar line of thought,
the room did not look so much bigger to them as to the other people occupying
it, who clang to their highballs for comfort or cowered in corners with closed
eyes to numb their awareness of an extraordinary fact they failed to
understand. These people, whose befuddled condition was not so much the result
of the alcoholic beverages they were steeped in as the outcome of constantly
thinking for the worse, were now watching the other two intently. Nonsensical
sounds emanated from their lips, as if they tried to articulate words that
their minds could not focus on letting out. One of them, a young man with a
daring manner who fancied himself a poet, rose up from the stool on which he
was seated and, dropping his glass, adressed the shy girl saying: “I now shatter
my drinking vessel to a freethinker’s health!”
The
remaining party, as if just startled out of a nightmarish dream, started to
knock about the room aimlessly. They did not seem to be as drunk as they were a
few minutes before and, what is more, they did not seem to find the room any
bigger or the walls any wider now. The quiet girl eyed them one by one as if
she were daubing them with a coat of warmth or layering them with a crust of
glee. She remained silent all the while, a high priestess conducting rites of
high hopes among her devoted followers. It was at that very moment that the
aspiring poet proposed his toast to the freethinker’s health again and was
joined in it by all the members of the recently-established congregation. If
the room resumed its former dimensions nobody noticed it, probably because all
of them had grown too big for such a small change to leave an impression on
them.
El techo de la habitación creció unos
cuantos centímetros en altura y las paredes parecieron ensancharse
extrañamente, como si acabasen de adquirir el conocimiento secreto que conducía
a la conquista de la gravedad o al desafío de volúmenes y dimensiones. Nadie se
movió y todos hicieron un gesto de dolor. La cabeza les daba vueltas, la mente
les oscilaba de un lado a otro y todos permanecían con la boca abierta
contemplando el extraño fenómeno que presenciaban. “La tierra está temblando”,
gritó una de las voces. “No, es el cielo, que se ha bajado”, dijo otra voz. Los
rostros se volvieron estólidos a causa del miedo, se tiñeron de la ansiedad
propia de la incertidumbre y el color se desvaneció de casi todas las mejillas.
¿Qué explicación racional podía existir para un suceso tan extraño? ¿Acaso no
había aumentado de tamaño la habitación, se midiera por el rasero que se
midiese? ¿Es que las paredes no eran ahora más anchas que hace unos minutos? El
grupo congregado en la habitación, compuesto de dos mujeres y tres hombres, más
de la mitad de los cuales ya se hallaban en estado de embriaguez antes de que
se produjera el inexplicable fenómeno, intercambiaban desorientadas miradas y
risas nerviosas que fracasaban estrepitosamente a la hora de restarle
importancia al asunto. Había cambiado demasiado en un intervalo demasiado
corto. Una eternidad encerrada en un instante. Los que parecían más achispados
lo atribuyeron a la sensación de mareo que se había apoderado de ellos en
cuanto el fuerte vino y el licor de fantasía entraron en contacto con sus venas
y afirmaban que no veían nada malo en el hecho de que la habitación se hubiese
ensanchado en todas direcciones. Por el contrario, los miembros sobrios del
grupo anunciaron melodramáticamente su sensación de impotencia y el peligro al
que se veían expuestos, sin aclarar exactamente qué era lo que les hacía
sentirse amenazados o en peligro. Sólo uno de estos últimos, una muchacha que
casi nunca abría la boca para decir nada, y que tan sólo había ingerido unas
gotas del brebaje más inocuo servido durante el transcurso de la fiesta,
permanecía en calma, manteniendo la compostura.
“Tal vez nos hayamos encogido, y por esa
razón la habitación nos parece más grande y las paredes más anchas”, observó la
silenciosa joven.
“¿Qué quieres decir con eso?”, inquirió
una señora airada con ojos dipsómanos, sus temblorosos labios traicionando la
incomodidad que sentía al oír una observación tan atrevida.
“No sé exactamente cómo expresarlo con
palabras”, replicó la joven, “pero quizá nos hemos vuelto miedosos y sombríos
últimamente. Nos hemos acostumbrado a ver las cosas tan negras que, en cierto
sentido, es como si nosotros mismos hubiésemos encogido. La habitación sigue
siendo la misma de antes, pero nos hemos empequeñecido a fuerza de pensar
negativamente”.
La chica se detuvo llegado este punto.
El esfuerzo de hablar largo y tendido sobre el tema parecía haberla dejado
exhausta y ahora retomaba su forma de ser tranquila. La señora airada se quedó
inmóvil durante un instante, y su ira fue amainando gradualmente a medida que
reflexionaba sobre las palabras de la muchacha. Probablemente tenía razón. La
negrura impregnaba la mayor parte de las conversaciones, el pesimismo
prevalecía en los encuentros entre las personas, impidiendo que éstas hicieran
un esfuerzo por mostrarse alegres incluso bajo la luminosa perspectiva de un
cielo soleado y una cálida brisa que lo complementase. La sensación de que todo
se hunde se transmutó en una sensación de que todo se encoge. La crisis
económica convergió con la bancarrota emocional, devolviendo cambio de menos en
las transacciones de esperanza e ilusión. “¡Es cierto!”, exclamó finalmente la
señora airada. “¡Nos hemos encogido al ver solamente fealdad y desesperación,
al ocultar la belleza y el lado optimista de las cosas!”.
Ahora que la joven silenciosa y la
señora airada compartían una línea de pensamiento similar, la habitación ya no
les parecía tan grande como a las otras personas que la poblaban, quienes se
aferraban a sus vasos largos de cóctel para reconfortarse o se escondían
miedosamente en los rincones de la sala con los ojos cerrados para
insensibilizar su conciencia ante un hecho extraordinario que no acertaban a
comprender. Estas personas, cuyo estado de confusión no era debido tanto a las
bebidas alcohólicas en las que se habían empapado como al resultado de pensar
constantemente en lo peor, ahora observaban a las otras dos con atención. Sonidos
incoherentes emanaban de sus labios, como si trataran de articular palabras en
las que su mente no consiguiese concentrarse lo suficiente como para dejarlas
salir. Uno de los presentes, un joven con mirada desafiante que se consideraba
a sí mismo poeta, se levantó del taburete en el que estaba sentado y, dejando
caer su copa, se dirigió a la muchacha tímida diciendo: “¡Ahora hago añicos mi
copa a la salud de una librepensadora!”
Los restantes congregados, como si
acabasen de despertarse sobresaltados de una pesadilla, comenzaron a dar tumbos
por la habitación sin rumbo fijo. No parecían estar tan borrachos como lo
estaban unos minutos antes y, lo que es más, ahora ya no parecían encontrar la
habitación más grande ni las paredes más anchas. La chica taciturna les fue
contemplando uno a uno como si estuviese rociándolos con una pátina de calidez
o aplicándoles una espesa capa de regocijo. Permaneció en silencio durante todo
este tiempo, una alta sacerdotisa conduciendo ritos de esperanzas elevadas
entre sus devotos seguidores. Fue precisamente en este momento cuando el
aspirante a poeta propuso por segunda vez su brindis a la salud de la
librepensadora, al que se le unieron todos los integrantes de la recientemente
fundada congregación. Si la habitación retomó sus antiguas dimensiones, eso es
algo que nadie percibió, probablemente porque todos ellos habían crecido tanto
que tan nimio cambio no les produjo impresión alguna.
¡Me encantó! Qué bonita imagen lo de encogerse por pensar tan negativo...
ResponderEliminarHola, Ricardo:
ResponderEliminarJo, cuánto tiempo. Me pasó Juan el enlace de tu blog y por aquí me tienes, leyéndote ;)
Es muy importante que saquemos fuerzas para golpear al miedo y lo hagamos añicos, con determinación. El miedo es un 'pretendido' monstruo (casi siempre disfrazado) que nos hace pequeñitos y percibir lo que nos rodea de forma exagerada...
Un abrazo. Sacaré tiempo para visitar a Mª José, otro abrazo para ella...
Mar.
Me alegra mucho que te hayas paseado por las páginas de este blog, Mar. Te agradezco tu profundo comentario sobre la necesidad de hacer añicos el miedo antes de que éste nos destruya. No sé si te ha dicho Juan que también he buceado por ese espacio de sensibilidad literaria que llamas Mar Adentro y me ha encantado.
EliminarUn abrazo,
Ricardo