“Ahora o
nunca. Debes vivir en el presente,
lanzarte con cada ola,
encontrar en cada
instante tu propia eternidad”.
Diario
de Henry David Thoreau
El profesor John Keating (al que
dio vida el inolvidable Robin Williams en “El club de los poetas muertos”) dejó
ayer por la noche su huella imperecedera entre los muros de la Biblioteca de
Arévalo, transformada para la ocasión en la Academia Welton de Vermont. Porque
este docente que todos quisiéramos haber encontrado en nuestro camino regresa a
la prestigiosa institución donde se formó para cuestionar algunos de los
pilares en los que está fundamentada. Tradición, honor, disciplina y
excelencia. Estas son las bases de la academia de élite que prepara a unos
alumnos destinados a convertirse en figuras destacadas de las finanzas, el
Derecho, la medicina o la ingeniería.
¿Pero qué ocurre cuando, en
lugar de llenar la vasija de estas mentes juveniles con contenidos académicos
se inflama una llama en su interior con ideales y nociones librepensadoras?
¿Qué sucede cuando alguien te susurra que las ideas y las palabras, no importa
lo que te digan, pueden cambiar el mundo?
“No leemos y escribimos poesía porque sea bonita. Leemos y escribimos
poesía porque pertenecemos a la raza humana. Y la raza humana está llena de
pasión. La medicina, la economía y el comercio son profesiones nobles y necesarias
para la vida. Pero la poesía, la belleza, el amor y el romanticismo son lo que nos
mantiene vivos”.
Ayer, durante la tertulia organizada
por La Alhóndiga de Arévalo sobre “El club de los poetas muertos”, la mítica
película que el australiano Peter Weir dirigió en 1989, tuvimos la oportunidad
de acercarnos un poco más a los sentimientos de esos jóvenes estudiantes (Neil
Perry, Todd Armstrong y compañía) que, en 1959, deciden resucitar una sociedad
literaria clandestina, reuniéndose en una vieja cueva india para tratar de extraer
todo el jugo a la vida, ayudados de una vieja antología poética, del humo de
sus pipas y de las notas jazzísticas de un saxofón. Carpe diem. Esta es la exhortación del profesor Keating, al que los
alumnos también pueden llamar “¡Oh Capitán, mi Capitán!”.
¡Coged las rosas de la vida
antes de que se marchiten! No llegar al final de nuestra vida para descubrir
que uno no ha vivido. Pero extraer el meollo a la vida no significa entregarse
al hedonismo fácil ni está reñido con la prudencia. Hay un momento para cada
cosa, y el que es inteligente sabe distinguirlo. Ayer no nos subimos a los
pupitres de la biblioteca de Arévalo para ver las cosas desde otra perspectiva,
pero la pantalla nos mostró a unos jóvenes estudiantes que sí lo hacían,
inspirados por el resplandor que animaba la mirada de su profesor, el bueno de
John Keating.
“Me he subido a la mesa para recordarme a mí
mismo que debemos mirar constantemente las cosas de una manera diferente. El
mundo se ve distinto desde aquí arriba. Si no me creen, vengan a probarlo”.
Escuchamos la banda sonora de
Maurice Jarre, emotiva, inquietante y elegiaca a partes iguales, conjugando los
registros intimista y épico con esa maestría que el compositor de Doctor Zhivago y Lawrence de Arabia sabía hacer mejor que nadie. También leímos
algunos versos de Walt Whitman, el “tío Walt” del profesor Keating, para
encontrar nuestro propio verso y aprendimos a simplificar en el intento de
hallar la serenidad de espíritu en los bosques de Thoreau. Incluso pudimos
escoger el camino menos transitado que nos planteaba la encrucijada de Robert
Frost. No arrancamos las páginas de ningún manual de poesía obsoleto, como sí hacían
en la película o en la novela de Nancy H. Kleinbaum, escrita a partir del guion
oscarizado de Tom Schulman, de la que se leyeron algunos extractos, pero los principios
del “keatinismo” se fueron extendiendo por toda la sala, debatidos con
creciente interés por los asistentes a la tertulia:
“Cuando lean, no consideren sólo lo que el autor piensa, consideren lo
que ustedes piensan”.
Terminamos la
tertulia recitando el discurso de Puck, el duendecillo de “El sueño de una
noche de verano”, con el que se cierra la obra de William Shakespeare que
representa el alumno Neal Perry (interpretado por Robert Sean Leonard):
Si
nosotros, vanas sombras, te hemos ofendido,
piensa nada más esto, y todo estará bien:
que te has quedado aquí durmiendo
mientras han aparecido esas visiones.
Y esta débil y humilde fantasía
no tendrá sino la inconsistencia de un sueño,
amables espectadores, no nos reprendan;
si nos conceden su perdón, nos enmendaremos.
Y a fe de honrado Puck,
que, si hemos tenido la suerte
de escaparnos ahora del silbido de la serpiente,
procuraremos corregirnos rápidamente;
de lo contrario, llamen a Puck mentiroso.
Entonces, buenas noches a todos.
Denme sus manos, si es que somos amigos,
y Robin los recompensará como merecen.
Vermont Academy, Saxtons River, Vermont - Licencia: Mmcardle |
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