LA CASA DE LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES

miércoles, 1 de abril de 2020

"El hombre tranquilo" (The Quiet Man), un lugar idílico donde descansar



Si hay una película que nos haga sentir como ninguna otra la alegría de vivir, esa es, sin lugar a dudas, “El hombre tranquilo” (The Quiet Man), dirigida por el genial John Ford en 1952. La irresistible banda sonora de Victor Young expresa perfectamente con sus acordes irlandeses la vitalidad de esta obra maestra del cine que adaptaba a la gran pantalla la novela de Maurice Walsh. Como ocurre en tantos otros casos, la obra cinematográfica supera con creces a la literaria, añadiéndole una dimensión humana y mítica a la vez que la convierte en imperecedera para nuestra memoria sentimental.






John Wayne resulta inolvidable como el ex boxeador norteamericano Sean “Tornado” Thornton, resuelto a dejar atrás su pasado y a empezar una nueva vida en la tierra de sus ancestros, mientras que Maureen O’Hara ofrece una de sus actuaciones más recordadas como la carismática pelirroja Mary Kate Danaher, empeñada en no renunciar a la dote que le corresponde. Pero también habita en ese pueblecito irlandés de tarjeta postal el viejo Michaeleen Flynn (Barry Fitzgerald), filósofo y casamentero de reducida estatura cuyo caballo se detiene por voluntad propia frente al pub local. Este anciano con sonrisa de duende celta y una afición más que desmedida por el whisky suele exclamar “¡Homérico!” cuando algo se sale de lo común. Algo parecido nos sucede cada vez que visionamos esta maravillosa película a la que alguien debería haber nominado para el Premio Nobel de la Paz. Solo podemos calificarla de “homérica”, mientras buscamos otro adjetivo que acierte a describir fielmente todas las virtudes que encierra en sus edificantes fotogramas de celuloide tecnicoloreado.   

La Irlanda de “El hombre tranquilo” no es un reflejo fidedigno de la realidad, pero nos llega al corazón mucho más directamente que si lo fuese. Y es que el idílico pueblecito de Innisfree no se encuentra en ningún mapa y solo se puede acceder a él mediante el ejercicio de la imaginación. El nombre de este mítico escenario del celuloide más intemporal se inspira en unos magníficos versos de William Butler Yeats, el poeta nacional irlandés:






La isla del lago de Innisfree (The Lake Isle of Innisfree)
(W.B. Yeats)


Ahora me levantaré y emprenderé la marcha hacia Innisfree,
y una pequeña cabaña allí edificaré, con arcilla y zarzos:
nueve surcos de judías plantaré, así como un panal de miel,
y viviré solitario en el claro, entre el fragor de las abejas.

Y algo de paz allí tendré, porque la paz gotea con lentitud,
dejándose caer desde los velos matutinos hasta el lugar donde canta el grillo;
allí la medianoche es un tenue resplandor, y el mediodía un brillo purpúreo
y el atardecer se llena de alas de pardillo.

Me levantaré y emprenderé la marcha, pues siempre, sea noche o día,
puedo escuchar cómo el agua del lago chapotea con suaves sonidos contra la orilla;
mientras permanezco quieto en la carretera o sobre el grisáceo asfalto,
la oigo en lo más profundo de mi corazón.


Traducción de Ricardo José Gómez Tovar ©



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