En el Hollywood clásico habitaron dos actores llamados
Van que comenzaron su carrera y alcanzaron posteriormente el estrellato en los
estudios de la Metro Goldwyn Mayer durante la década de los 40. Uno de ellos
fue Van Heflin, aquel hombre modesto, de físico algo rudo y poco agraciado, que
dio lo mejor de sí mismo en westerns
tan conocidos como El tren de las 3:10 o Raíces profundas. El otro fue Van
Johnson, actor recordado por su sempiterna expresión risueña y su campechanía.
Charles Van Dell Johnson (1916-2008) adquirió fama rápidamente
debido a su prestancia y a la saludable imagen que proyectaba en pantalla del boy next door, el joven norteamericano
típico. Su ascendencia sueca explica el cabello rojizo y la complexión pecosa
característicos que tanto furor hicieron entre las adolescentes de la época, y
que le granjearon el apodo de The
Voiceless Sinatra. Como ídolo de las bobby
soxers, Johnson llenó el vacío que dejaron galanes como Robert Taylor y
Clark Gable cuando se incorporaron a filas durante la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, un accidente automovilístico ocurrido mientras se dirigía al
estreno de la película La llama sagrada,
en 1943, dejaría a Van con una placa metálica en la frente y la incapacitación
para alistarse en el ejército. Todo sucedió cuando Johnson todavía se encontraba
rodando Dos en el cielo (A guy named Joe), primera versión de la
historia romántico-fantástica popularizada por Steven Spielberg en Always, décadas después. Curiosamente,
en este film, el personaje de Spencer Tracy, un piloto que muere en el
transcurso de una misión y debe ejercer de ángel de la guarda de Johnson, adquiere
emotivas concomitancias con la realidad. De hecho, Van pudo terminar la
película gracias a la insistencia de Tracy en que la filmación se detuviera
hasta que Johnson se recobrara de su convalecencia, gesto que el joven actor nunca
olvidaría.
A partir de entonces, la carrera de Van se mantuvo
imparable hasta mediados de los 50. El hombre que no pudo ir a la guerra sirvió
estoicamente en todos los cuerpos militares estadounidenses, eso sí, siempre
bajo el estandarte de la MGM. Treinta
segundos sobre Tokio, Sublime decisión, La comedia humana, Todos a una, Fuego
en la nieve o Escuadrilla heroica
fueron algunos de los títulos que le vieron combatir contra el enemigo alemán o
japonés, según lo exigiera el guion. Pero el ídolo de las matinees también vivió hermosos romances vestido de uniforme, como
demuestran High Barbaree (1946) y Milagro bajo la lluvia (1956). En la
primera, que adaptaba la novela homónima de Charles Nordhoff, autor de la celebérrima
Rebelión a bordo, compartía
protagonismo con la radiante June Allyson (actriz con quien coincidiría en
otras películas, formando la pareja next
door más popular de la postguerra) y era un piloto naufragado en mitad del
océano que sobrevive recordando la isla soñada de High Barbaree, el lugar
mítico del que su tío marino (interpretado por el genial Thomas Mitchell) le
hablaba desde que era niño. Por su parte, Milagro
bajo la lluvia retomaba la imagen de simpático soldado campechano que
Johnson había cultivado más de una década atrás para enriquecerla con toques de
romanticismo mágico. Su partenaire fue esta vez la especialista en melodramas
Jane Wyman y el film incluyó numerosas escenas al aire libre rodadas en pleno
Central Park.
No obstante, las dotes artísticas de Van Johnson no
se limitaron al campo militar hollywoodiense. Como bien reconocía, la MGM fue
su alma mater y le dio oportunidad de
ampliar su espectro de personajes en géneros como el musical, el drama, la
comedia o el cine negro, siempre que no se alejaran demasiado del prototipo que
el público se había formado de él. Así, Van terminó su contrato con la Metro
por todo lo alto con dos producciones en technicolor que figurarían entre lo
más selecto de su filmografía, La última
vez que vi París y Brigadoon,
ambas de 1954. En la primera, encarnó al escritor hedonista Charlie Wills, que
se enamora de Elizabeth Taylor el día de la liberación de París en la
adaptación del relato de Scott Fitzgerald Babylon
Revisited, a las órdenes de Richard Brooks. Lirismo y nostalgia impregnan
las imágenes de esta película con la que Van se estrenó como escritor en la
ficción.
Para Brigadoon,
uno de los mejores musicales de la historia del cine, Johnson sacó lustre a sus
habilidades como bailarín y le dio la réplica al gran Gene Kelly en una
inolvidable película que situaba a ambos en un pueblecito escocés que sólo despierta
una vez cada 100 años de su misterioso letargo. El divertido personaje de Van
prefería el ambiente mundano de Manhattan a la quietud del extraño lugar donde
el tiempo parece haberse detenido. Este maravilloso musical donde resuenan los
ecos de Shangri-La fue uno de los hitos del cinemascope de 1954 y contó además
con la dirección de Vincente Minnelli y la presencia de la simpar Cyd Charisse.
Aquella no fue su única aportación a un género donde se movía como pez en el
agua, pues anteriormente había intervenido en títulos como En aquel viejo verano, junto a Judy Garland, o Serenata en el Valle del Sol. Ese mismo año, Johnson remataría su
triplete de obras maestras apareciendo en la legendaria El motín del Caine, ya para Columbia Pictures, donde encarnaría con
una seriedad inédita en su registro al segundo de a bordo Maryk, que se ve
obligado a relevar a su neurótico capitán de barco (Humphrey Bogart) en uno de
los motines más famosos del Séptimo Arte. Para entonces, había quedado ya
definido el estilo interpretativo de Johnson, una combinación de naturalidad,
honradez y afabilidad corroborada por las declaraciones de sus parejas
cinematográficas, como la célebre Esther Williams, con quien rodó un quinteto
de coloridos musicales.
La ausencia de divismo de Van tal vez procediera de
su personalidad más profunda y le ayudó a crear complejas caracterizaciones en
dos de sus mejores películas, Vivir un
gran amor y A 23 pasos de Baker
Street, ambas producidas fuera del territorio familiar de la Metro. La
primera adaptaba la novela de Graham Greene The
End of the Affair y presentaba a Johnson como el escritor que protagoniza
un atormentado romance con una mujer casada (Deborah Kerr) durante el blitz londinense. También en la capital
británica sucedía la acción de A 23 pasos
de Baker Street (1956), un film de suspense donde Van encarnaba
magistralmente a un escritor ciego empeñado en resolver un caso policiaco tras
escuchar cierta conversación en un pub. A pesar de su declive a finales de los
años 60, Van Johnson no dejó nunca de trabajar en el mundo del espectáculo. Sus
veinte años de estancia en la MGM le prepararon para afrontar los retos del
celuloide más exigente y le hicieron sentirse parte de una familia que tal vez
le faltó en la vida real. En cualquier caso, la carrera de este gran actor
nacido en el diminuto estado de Rhode Island, aunque visitante de lugares
imaginarios como el brumoso Brigadoon o la costa de High Barbaree, reafirma la
eficacia del star system que le vio
nacer.
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