Asomado al balcón, dejó caer atados a una cuerda los
dulces que aquella Navidad, por decisión propia, se abstendría de comer hasta
que en el horizonte ya invernal volviese a brillar una luz repartida
equitativamente entre todos. Mientras veía descender lentamente los suculentos
productos navideños, escuchó un siseo parecido al que él emitía y, levantando
la vista, contempló al vecino de enfrente hacer lo mismo, con la única
diferencia de que las viandas atadas a su cuerda eran embutidos surtidos. Ambos
se miraron a los ojos y sonrieron al descubrir una faceta en el otro que jamás
habrían sospechado. En aquel momento llegó a oídos de los dos otro siseo
procedente del bloque de la izquierda y se volvieron al unísono para contemplar
lo que ya suponían, seguido de un nuevo siseo surgido del edificio de la
derecha. Regalos sin abrir, quesos aún no partidos en rodajas, piñas de cuerpo
entero, melocotones en lata y turrones tanto duros como blandos fueron
cubriendo gradualmente las fachadas de todas las casas de la manzana hasta bien
entrada la madrugada.
Un mendigo que dormía al raso se despertó de repente
y, al ver los edificios tapizados con cuerdas cargadas de alimentos y regalos,
creyó que acababa de amanecer en el Paraíso.
Buen micro, Ricardo. Una pieza que nos hace pensar, que nos lleva a preguntarnos cuánto necesitamos de todo lo que tenemos.
ResponderEliminarUn saludo,
Muchísimas gracias, Pedro. Desde luego, siempre hay alguien que puede estar pasando una racha peor. Admito que es un relato muy a lo Frank Capra, pero necesitaba escribirlo...
ResponderEliminarUn abrazo y encantado de que te pasees por aquí.
Jejeje, qué buen micro, Ricardo. Contiene mucha miga en pocas palabras, como debe ser :) Te felicito.
ResponderEliminarUn beso, compañero de letras ;)
¡Hola, Mar! Te agradezco mucho que te hayas detenido un momento a leer este micro solidario y navideño.
ResponderEliminarNos seguimos leyendo. Mil gracias.
Un beso