LA CASA DE LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES

sábado, 18 de enero de 2020

LA SOMBRA DE NICK CHARLES


Decía Paul Valéry que “lo negro no es tan negro”. Esta aseveración se revaloriza tras el visionado de cualquiera de las películas que integran la serie La cena de los acusados (The Thin Man), brillante adaptación cinematográfica de las andanzas del detective creado por el novelista Dashiel Hammett a principios de los años 30. Lejos del violentísimo panorama que ofrecían las películas de gángsters pre-código más populares del momento, como Scarface, El enemigo público o Hampa dorada, la llegada a las pantallas de La cena de los acusados en 1934 introduce una nota de alta comedia en las bases argumentales del cine negro, sin que de ello se resienta el enredo policiaco que se plantea a los espectadores. El tándem detectivesco que forman Nick y Nora Charles, interpretado con perfecta química de celuloide por William Powell y Myrna Loy, un encantador matrimonio que se desplaza continuamente entre San Francisco y Nueva York para resolver casos criminales, la mayor parte de ellos mientras se encuentran de vacaciones, resulta de una eficacia irresistible gracias a su intercambio de diálogos chispeantes y su afición a degustar Martinis y otros cócteles en suntuosos decorados art Déco. Pero los acaudalados Charles no están solos en sus quehaceres de investigación. Les acompaña en todo momento un perro de raza Terrier llamado Asta a quien tratan como un miembro más de la familia, y que se encarga de aportar el toque de diversión familiar que diferenciaría a la serie de la “negrura” vertida en otras producciones del género. La tercera entrega, Otra reunión de acusados (1939), añadiría una grata sorpresa a la trama: la irrupción en escena de Nicky, el retoño nacido del matrimonio de sabuesos, quien vendría a confirmar definitivamente el sello “para todos los públicos” que la Warner Bros quería imprimir a estas aventuras policiacas sin precedentes. El éxito de La cena de los acusados daría origen a otras 5 entregas protagonizadas por la “divina pareja”, la última de ellas estrenada en 1947 con el título La ruleta de la muerte (Song of the Thin Man). Todas ellas contaron con la estilizada dirección de W. S. Van Dyke, excepto las dos últimas, que firmaron Richard Thorpe y Edward Buzzell con no menos notables resultados. Tampoco debe caer en el olvido la estupenda serie de TV homónima (titulada en español Ella, él y Asta), basada en los personajes del film original, que la MGM emitió entre 1957 y 1959 con protagonismo de Peter Lawford y Phyllis Kirk, y en cuyo episodio piloto aparecía el famoso robot Robby del clásico de ciencia ficción Planeta prohibido. 



El estilo interpretativo del actor William Powell, con su elegancia relajada, su sonrisa jovial y su divertido bigotillo, se ajustaría como un guante a las características del personaje concebido por Hammett. Un ex detective de renombre, casado con una esposa rica, que, a pesar de dedicar buena parte del metraje de la película a trasegar bebidas alcohólicas, nunca pierde esa lucidez que consigue revelarle finalmente, para asombro de la policía, la identidad del culpable en los complejos casos de asesinato que se le presentan. Hay quien dijo acertadamente de Powell que era el “Astaire de los diálogos”, y a juzgar por la ligereza con que soluciona entuertos en plena era del jazz, da la sensación de que obedece a movimientos coreografiados. Por su parte, Myrna Loy, apodada la “Reina de Hollywood”, y con quien Powell rodaría hasta 14 películas, prestaría sus agraciadas facciones a la heredera de la alta sociedad que se las ingenia como puede para no quedarse al margen de las actividades de su marido, muchas veces no exentas de verdadero peligro, mientras muestra una actitud permisiva ante los (inofensivos) flirteos de Nick o enseña su lado más snob cuando aquel le presenta a sus viejos amigos, casi todos ellos relacionados con el mundo del hampa. Y es que Nick se codea con las altas esferas, pero prefiere contar con la cooperación de personajes de dudosa reputación a los que envió a la cárcel tiempo atrás y que, actualmente arrepentidos o en vías de arrepentimiento, se muestran ansiosos de prestarle sus servicios al otro lado de la ley.



El hedonismo del matrimonio Charles, a quien vemos mezclar una sucesión de burbujeantes combinados mientras no cesan de recibir visitas, bienvenidas o no, armadas con pistolas cargadas o botellas de champán, en su lujoso ático de Manhattan es un poderoso antídoto contra la otra “negrura”, la provocada por las consecuencias del Crack de 1929. Su glamuroso estilo de vida y el ocurrente sentido del humor que hilvana todas sus conversaciones ejercerían, además, una palpable influencia en posteriores experimentos de parejas detectivescas, como las series televisivas McMillan y esposa, con Rock Hudson y Susan Saint James, o Hart y Hart, con Robert Wagner y Stephanie Powers, que estuvieron en antena en las décadas de los 70 y 80. La sombra de Nick y Nora Charles sigue siendo alargada transcurridas más de ocho décadas desde su debut. Si os encontráis en Manhattan y paráis un taxi, tened bien abiertos los ojos. Puede que salga de su interior un simpático terrier seguido de sus dueños: el hombre del bigotillo y la mujer de nariz respingona y sombrero chic.    





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