LA CASA DE LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES

domingo, 14 de marzo de 2021

LA FRASE TERMINADA DE WALTER MITTY

 

Hay un relato de James Thurber, padre literario del Walter Mitty de celuloide que va a asomarse a estas páginas, que habla de una mujer llamada Dorothy aficionada a terminar las frases de las personas con quienes se relacionaba. Este hábito no contribuía precisamente a la popularidad de la joven, ya que unas veces acertaba de pleno, pero otras muchas se pasaba de lista, aportando una información que el sorprendido/indignado interlocutor ni siquiera había considerado introducir en la conversación. No sé si el Walter Mitty de letra impresa habrá entablado amistad con esta resabiada completadora de frases con la que comparte volumen, pero el Walter Mitty cinematográfico, a quien presta su físico desgarbado el gran Daniel Kaminsky, conocido para la posteridad y en el Olimpo hollywoodiense como Danny Kaye, tampoco lo tenía nada fácil a la hora de expresar sus propias opiniones, ya fuese en el entorno laboral o en el familiar. Nuestro amigo Walter, un editor de novelas pulp de portadas a cual más efectista, es un volcán de fantasía a punto de estallar. Ante la grisura de los quehaceres diarios, la conducta autoritaria de su futura novia y la mediocridad de sus superiores de la editorial Pierce Publishing, que se apropian de sus sugerencias sin que él pueda decir ni pío, este hombre tranquilo, que acostumbra a dar de comer a las palomas desde el alfeizar de la ventana de su despacho, no tiene otra alternativa que accionar todo un engranaje de escenas escapistas en las que él actúa como protagonista absoluto.

 


El sonido de la claqueta se transforma entonces en un obsesivo pocketa, pocketa que introduce cada una de las nuevas aventuras en las que Walter se ve involucrado. Un capitán de barco en medio de una feroz tempestad, un aguerrido piloto de la RAF o un médico que exhibe nervios de acero frente a una operación de alto riesgo son sólo algunas de las proyecciones en Technicolor de Walter Mitty, ese ser apocado a quien todos tratan de gobernar a su antojo como si fuese una personalidad invisible, aludiendo a sus nervios delicados, a su falta de memoria o a su comportamiento en apariencia estrambótico. La vida secreta de Walter Mitty es la única vida auténtica que puede vivir un personaje que, acusado de soñador, es objeto de burlas constantes por parte del primo de su prometida (un patán con quien ésta parece hacer buenas migas) e incluso es enviado a la consulta de un psiquiatra de aspecto tan siniestro como Boris Karloff (en clave de autoparodia) y está a punto de perder su “otra vida”, la que no sucede en el plató de sus ensoñaciones, en una madeja de intrigas de espionaje internacional con rubia incluida.

 


El actor protagonista de La vida secreta de Walter Mitty (The Secret Life of Walter Mitty) inolvidable película producida por Samuel Goldwyn y dirigida por Norman Z. McLeod en 1947, repetiría en más de una ocasión el fenotipo de hombrecillo soñador, tímido, afable, nervioso e hipocondriaco que tan bien se ajustaba a su peculiar fotogenia. Dos años antes, en Un hombre fenómeno (The Wonder Man), había interpretado al hermano bibliotecario de un artista de nightclub a quien éste, tras ser asesinado por unos gángsters, se le aparecía en Prospect Park para pedirle que asumiera su identidad. También allí compartía honores estelares con Virginia Mayo, encantadora actriz que sería su más asidua partenaire (coincidieron en cuatro películas: las ya citadas, El asombro de Brooklyn (The Kid from Brooklyn, 1946) y Nace una canción (A Song is Born, 1949).

 

En el preciso momento en que a Walter Mitty se le permite terminar una frase, su vida empieza a cambiar. El director de la editorial le respeta, su madre deja de tratarle como a un crío y, lo que es más importante, consigue a la chica de sus sueños, Rosalind van Hoorn, esa misteriosa rubia que se le aparece en los lugares más insospechados. El talento prodigioso de Danny Kaye es el verdadero artífice del éxito artístico de esta inolvidable comedia que logra la proeza de convertir un relato bastante soso de apenas siete páginas en una obra maestra del cine. Dicho mérito también es atribuible al espléndido guion firmado por Ken Englund y Everett Freeman, que introduce atractivos elementos de aventura en el argumento a través de unas joyas holandesas codiciadas por los nazis. En definitiva, La vida secreta de Walter Mitty es una delicia para los nostálgicos de una manera de hacer cine cada vez más añorada. Como diría el propio Walter, pocketa, pocketa, empieza la proyección…





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