Querido amigo:
La función ha terminado. Todo salió según tus
deseos. Deposito esta nota, junto a un ramo de flores, sobre tu lápida. Nunca
te tomé en serio cuando, siendo adolescentes, afirmabas que te gustaría que
sonara “Stairway to Heaven” en tu entierro. Aún me parece escucharte:
“Mientras me lloráis,
yo iré subiendo entre grandiosos compases de rock progresivo. Y os diré adiós
desde arriba...”.
Jamás imaginé que sonase tan pronto para ti, amigo.
¿Recuerdas cuando en la pandilla empezamos a llamarte “Orbison”? Con aquellas
gafotas y tu corpulencia, cada vez te parecías más a Roy, el cantor de las
mujeres guapas. ¡Y lo que te gustaba ese apodo! Seguí tus instrucciones al pie
de la letra. El viejo Sanyo M2420 color antracita dio la representación de su
vida y la cassette del sello Atlantic irradió un sonido casi cuadrafónico. Ni siquiera
se salió la cinta.
Hoy amaneció lloviendo, pero el sol decidió
resplandecer inesperadamente en tu funeral. Es curioso. Cuando volví al coche, en
el espejo retrovisor se reflejó una silueta de escalera tendida sobre el
arcoíris. Y creí verte subiéndola, peldaño a peldaño, hasta perderte en ese
estudio de grabación donde amansan las enfermedades al son de guitarras
eléctricas.
Seguro que eras tú, Orbison. Siempre fuiste un tipo
afortunado.
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