De una garganta a otra, ajenas a toda frontera, transmutando idiomas, las dos palabras iban viajando a lomos del viento, acumulando inflexiones, incólumes ante las desgracias que presenciaban. Por mucho que las cercasen, ningún desastre artificial o natural logró mancillarlas, tanta era su fuerza, y aún seguían conservando su blanca pureza cuando se asentaron en los labios de Marcelo. Como tantos enamorados, éste las pronunció ilusionado. María, su amada, también se emocionó al oírlas y las repitió a su vez. De una garganta a otra, las dos palabras volvieron a unir dos corazones.
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