LA CASA DE LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES

lunes, 26 de septiembre de 2011

EL PISAZO - Del derecho a la vivienda

A Ramón Juez, de profesión administrativo e inquilino desde hacía 8 años en un estudio abuhardillado de Carabanchel Bajo, nunca se le hubiera ocurrido que algún día le llegaría la carta que extrajo de su buzón cuando regresó a su domicilio, a eso de las seis de la tarde. Subiendo las numerosas escaleras que le esperaban hasta escalar al cuarto sin ascensor en que vivía, leyó y releyó varias veces, e incluso tuvo que pararse un momento para evitar dar un traspiés de la emoción, el contenido de la misiva oficial. Mercedes, la vecina diabética del tercero, que en ese momento bajaba para dar su obligado paseo diario de 2 kilómetros, se cruzó con él en el segundo y no pudo reprimir su curiosidad ante la expresión de júbilo que se le había dibujado a Ramón en la cara.


-Pero hijo, ¿qué te ha pasado, que andas tan contento?- Ramón se vio de repente hablando en voz baja, como si temiera que alguien le escuchara y le robara su premio, mientras le tendía la carta oficial a su vecina para que ésta pudiera leer por sí misma.


-Pues nada... que me lo han dado. Que me han dado el piso. Qué digo, ¡el pisazo!- Mercedes le arrebató la carta con avidez y la recorrió con sus ojos hipermétropes, acercándosela exageradamente a la nariz. Ramón detectó un retraso en la reacción esperable en una señora que, llegada la Nochebuena, y a falta de dulce y alcohol, productos de lujo que tenía terminantemente prohibidos, se desgañitaba sin la menor inhibición con A Belén pastores y Las muñecas de Famosa. Era ciertamente raro que no le dijera nada.

-Bueno, Mercedes, ¿no vas a felicitarme? ¡Que ya no ves ni a leer unas líneas!- La buena señora le miró con una expresión de lástima y le devolvió el ya manoseado documento ministerial. Dándole una dolorosa palmadita en la parte del brazo menos recubierta de carne, manía suya de siempre, continuó su interrumpido descenso. -Duérmete una buena siesta, Ramón, que la falta de sueño trastorna la cabeza-. Ramón corrió tras ella escaleras abajo, y dándole caza en el primero, la increpó: -¿Pero qué dice, Mercedes, es que no ha leído lo que pone? Que me han dado el piso. Ramón Juez, ese soy yo, de toda la vida-. La vecina tuvo suerte de que por el portal apareciera en aquel momento el hijo mayor de la pareja del tercero B, Luisín, quien mirando la expresión desencajada de Ramón, le preguntó a Mercedes: -¿Y a este qué le pasa?-. El administrativo sostenía la carta lánguidamente y no hacía falta ser médico para advertir la dilatación de sus pupilas. Sudaba profusamente y parecía ir a desmayarse de un momento a otro. Luisín le ayudó a sentarse sobre las escaleras y le aflojó la corbata, mientras Mercedes subía a pedir una ambulancia. Ramón ya no les oía. Estaba etílicamente embriagado con sus dos dormitorios, su salón de 30 m2, su cocina independiente y su terraza; en suma, con su pisazo. En el informe del SAMUR se limitaron a escribir: Delirios de propiedad. Se aplica sedante al paciente y se le mantiene en observación.

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