Os invito a leer mi aportación al Concurso de
Relatos de Viaje Vagamundos Moleskin 2014, una imaginativa propuesta literaria a
la que tengo el placer de presentarme por tercera vez consecutiva. El relato con
el que concurso este año lleva por título Los
encantadores de tormentas y aúna el viaje a un lugar misterioso con la
fascinación de la aventura marina heredada de maestros del género tan admirados
por el que suscribe como son Julio Verne, Robert Louis Stevenson, Jack London,
R.M. Ballantyne o Emilio Salgari. A la
memoria de todos ellos va dedicado este texto con el que espero haceros pasar
una agradable travesía lectora. ¡Buen viaje!

Este blog contiene en su esencia y espíritu el deseo de ser un homenaje y una invitación a la Cultura, a la Literatura, al Arte, a las Humanidades en general. A través de él deseo que todos los que se acerquen a sus contenidos sean tocados por la magia de la armonía y de la belleza que las palabras pueden transmitir.
miércoles, 29 de enero de 2014
domingo, 5 de enero de 2014
REGALOS SALVAVIDAS
Abrió los regalos sin apenas ilusión. Después de
todo, los había comprado él mismo. Una película de Woody Allen, un disco de jazz,
la autobiografía de Groucho Marx y un ratón inalámbrico de color amarillo fueron
surgiendo de entre los envoltorios de regalo. Incluso se había ocupado de
añadir un paquete extra, aún sin abrir, cuyo interior encerraba aquella
camiseta de rayas, a lo marinero marsellés o gondolero, que él jamás habría
adquirido por su propia voluntad. No era difícil hacerse la ilusión de que otra
persona la había buscado para regalársela. Avanzó dos pasos hasta la cocina
americana, donde se sirvió una copa de sidra, y brindó consigo mismo ante el
espejo, en el que creyó advertir una cierta desemejanza con la imagen que
recordaba haber reflejado otras veces. No había en aquel apartamento de un solo
ambiente ni un triste perro que le pudiese dirigir una mirada descreída al
contemplar aquella farsa representada en la Noche de Reyes, ni un loro multicolor
capaz de soltar una frase hecha en ese tono que a los humanos nos parece incomprensiblemente
burlón, ni tan siquiera un gato siamés que, tras frotarse por un instante contra
su pierna, le abandonara bostezando para entregarse a un plácido sueño en su mullida
cuna. Estaba completamente solo. Abrió una ventana y dejó entrar el gélido aire
de enero en el salón mientras ponía en funcionamiento simultáneamente el
reproductor de DVD y el equipo de música. El ladrido de un perro vecino se
mezcló con el verborreico diálogo de la película, intercalando sonido donde el
director había concebido silencio, y la conversación entre dos señoras mayores en
la calle se produjo a ritmo del sincopado ritmo del jazz de la Costa Oeste. Por
su parte, el humor absurdo de Groucho Marx, combinado con las burbujas de la
sidra, le causó un hipo tan pertinaz que se vio obligado a levantarse a beber
siete traguitos de agua sin respirar. Cuando llevaba reteniendo el aire más de
diez minutos, se acordó de que todavía no se había probado la camiseta de
gondolero para ver qué tal le sentaba en aquel apartamento de Manhattan donde
tantas personas hablaban a la vez con un fondo de música ligera y ladridos lejanos.
Eso fue lo que le salvó de la asfixia.
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