La cesta de Navidad pesaba lo suyo. No circulaba ni
un triste taxi por aquel fantasmal barrio de oficinas, y el paseo hasta la boca
de Metro o la estación de autobús más próximas no me llevaría menos de veinte
minutos. Podía haberlo intentado. Siempre puede hacerse un sobreesfuerzo. Pero
aquella tarde, con el cielo de diciembre ya oscurecido, y una gélida
temperatura que te iba anestesiando lentamente hasta adormecerte la cara, no tenía
voluntad suficiente como para realizar hazañas de ese calibre. Mientras abría y
cerraba mi dolorida mano y pensaba en lo que haría para llegar a casa con aquel
lastre obsequio de la empresa, reparé en que, unos metros más adelante, instalado
en un ínfimo habitáculo pergeñado con cajas de cartón y mantas, había un ser
humano. Entonces, sin saber de dónde me venía la fuerza, volví a levantar la voluminosa
caja, que ahora parecía tan liviana como una pluma, y avancé hasta donde se
hallaba aquel semejante a quien la sociedad de la que él también formaba parte le
negaba un techo y un hogar caliente en unas fechas de vistoso llamamiento al amor
fraternal. Cuando finalmente descargué la cesta sobre el suelo, unos ojos sorprendidos
me miraron entre un gorro calado hasta las cejas y una gruesa bufanda que le cubría
hasta la nariz. Y os diré algo que aún no he olvidado: la sonrisa que a
continuación hizo relumbrar aquella vivienda de cartón me alimentó mucho más
que todo lo que contenía la cesta que nunca llegué a consumir.
Muy bueno, Ricardo :)
ResponderEliminarDestaco esta frase como emblemática de las "navidades mente-rialistas" ;)
"en unas fechas de vistoso llamamiento al amor fraternal."
¡Vivan las sonrisas!, ¡que les den a las cestas!" :D
Un súper beso.
Mar.
¡Muchísimas gracias, Mar!
ResponderEliminarEs un honor que te pasees por este espacio. ¡Qué bueno lo de "mente-rialistas"!
¡¡Cestas para todos, o para nadie!!
Un beso con sonrisa