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Studying French |
El zumbido se podía escuchar desde las trincheras de
Verdún hasta el rincón más remoto del frente oriental. Era algo que se asemejaba
al inquietante preludio que antecede a la explosión de un proyectil de mortero,
pero que no llegaba a estallar en ningún momento. Los que soportaban el asedio
de Amberes juraron que se trataba de un cometa, a pesar de no haber visto
ninguno en toda su vida, y otro tanto afirmaron quienes combatían en Passchendaele
y Charleroi, lugares cuya tierra se hallaba tan socavada de cráteres que les
recordaba a los dibujos de los mapas lunares. Un soldado belga dibujó, con el único
brazo que le quedaba, a sus compañeros caídos aquella misma tarde mientras estos
perseguían la fantasmagórica estela del cometa Halley. El dibujo fue pasando de
mano en mano, como un relevo que mezclaba a vivos y muertos, hasta que el fuego
lo desintegró casi completamente en la batalla de Arrás. Fue entonces cuando un
ensayo de lluvia otoñal empapó aquel retazo de papel superviviente hasta que la
tinta se evaporó en forma de rocío. Antes de morir, un soldado francés se mojó
los dedos con la tinta evaporada en la húmeda hoja de un helecho extraviado junto
a la Línea Maginot. Para entonces, había empezado una nueva guerra, aunque
otros creían que seguía siendo la misma, todavía inacabada. Los que oyeron el
zumbido acercándose cada vez más a su posición no pudieron evitar pensar que, antes
que a un cometa debilitado o a una lejana supernova, aquello guardaba un extraño
parecido con el triste sonido de la paz perdida.