LA CASA DE LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES

martes, 23 de febrero de 2021

LA CONDESA DE HONG KONG, TESTAMENTO CINEMATOGRÁFICO DE CHARLES CHAPLIN

 

En su última película, estrenada en 1967, el gran Charles Chaplin dibuja un personaje femenino inolvidable: la condesa Natasha, una refugiada rusa que se gana la vida como acompañante en las salas de baile de Hong Kong. El hecho de que la aristócrata venida a menos esté encarnada por la simpar Sophia Loren, y que ésta forme pareja con otro monstruo del cine, el impenetrable Marlon Brando, convierte a “La condesa de Hong Kong” (A Countess from Hong Kong) en una película de recuerdo imborrable.



Chaplin dota a este film rodado a finales de los años sesenta de una pátina de comedia de los años treinta o cuarenta, y lo consigue gracias a varios recursos. En primer lugar, insertando la película en el espacio temático de una travesía a bordo de un crucero (con polizón incluido), subgénero muy popular en la edad dorada de Hollywood. Además, el maestro del cine mudo añade diversas escenas que imitan el cine silente, como las protagonizadas por el mayordomo del diplomático (interpretado por el actor Patrick Cargill) o las cómicas andanzas del camarero borrachín encarnado por el propio Chaplin. Por último, la banda sonora del film, compuesta por el director británico, cuyo tema central “This is My Song” sería versionado por medio mundo, tiene un regusto encantadoramente anticuado (al parecer, Chaplin compuso la canción a finales de los años 20), totalmente ajeno a la “modernidad” de la música de 1967.

 


Por encima de todo, La condesa de Hong Kong es una comedia romántica sofisticada que nos presenta a una pareja bastante improbable: el diplomático norteamericano Ogden Mears (al que da vida un Marlon Brando en su registro más taciturno, muy alejado de la jovialidad que desplegó en dos de sus papeles cómicos anteriores, en las espléndidas La casa de té de la luna de agosto y Dos seductores), que regresa a Estados Unidos tras su estancia en Arabia para seguir adelante con una brillante carrera, y la condesa Natasha (extraordinaria Sophia Loren, a la que Chaplin permite que realice algunas “payasadas”, especialmente a cuenta del pijama de Marlon Brando y de la ropa holgada que éste le compra a la maggiorata italiana en la tienda del barco), quien se embarca como polizón para dejar atrás un pasado difícil. Ambos personajes deberán compartir el camarote de Ogden para evitar que Natasha sea descubierta, y para ello contarán con la inestimable colaboración del fiel Harvey (muy bien encarnado por Sydney Chaplin, hijo del director). Por si no hubiera suficientes complicaciones, Martha, la esposa de Mears (interpretada por Tippi Hedren) también entra en escena con el propósito de reconciliarse con un marido del que está distanciada.    

 


La condesa de Hong Kong, comedia rodada enteramente en los estudios británicos Pinewood, ofrece múltiples aciertos que desdicen el fracaso de crítica y público con que fue acogida en el momento de su estreno. Al parecer, solo las ventas del mencionado single “This is My Song” lograron cubrir los gastos de la producción. La comicidad del film está asegurada gracias a las divertidas escenas de enredo que articulan la película, con timbres que suenan y puertas que se abren y cierran continuamente dentro del camarote, así como mediante la hilarante farsa de matrimonio en la que es obligado a participar el perplejo mayordomo o el malentendido con la pasajera enferma del crucero, que es confundida por el propio capitán del navío con la anciana actriz inglesa Margaret Rutherford. Poco importa que la playa de Waikiki y otros exteriores hawaianos hayan sido sustituidos por coloridos decorados, puesto que Chaplin, a sus 78 años, sigue manejando como un auténtico experto los mecanismos de la comedia.



 

“La condesa de Hong Kong” es el digno testamento cinematográfico de un genio indiscutible que ya no tenía nada que demostrar en el ocaso de su carrera. El creador del inmortal Charlot dijo en una ocasión que “Al final, todo se reduce a un gag”. Su última película está repleta de ellos y transmite una alegría de vivir que encaja perfectamente con la filosofía que destila otra de sus máximas más universales:


Un día sin risas es un día desperdiciado”.          

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