LA CASA DE LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES

martes, 15 de noviembre de 2016

Robert Vaughn, un agente secreto con vocación shakespeariana

Admitámoslo. Parece el código cifrado de una de las misiones en las que intervino Robert Vaughn en la serie “El agente de la CIPOL”. El “espía” que nació el día 22 del mes 11 del año 1932 ha fallecido el día 11 del mes 11 del año 2016, exactamente 11 días antes del que hubiera sido su 84 cumpleaños. Ahora será su compañero, el ruso Ilya Kuriakin (interpretado por el actor escocés David McCallum, a quien todos recordamos como uno de los prisioneros ingleses fugados en La gran evasión), quien tendrá que llevar el peso de todas las operaciones de la UNCLE o CIPOL (Comisión Internacional para la Observación de la Ley), como se conocía a esta organización en los países de habla hispana. Menuda faena nos ha hecho Napoleón Solo. Un héroe menos para salvar al mundo. Cómo si sobrasen tales personajes en los tiempos que corren. Robert Vaughn saltó a la fama con esta entretenida serie de espionaje internacional que recorrió todo el planeta en B/N y tecnicolor entre 1964 y 1968, y en la que él y su homólogo ruso, con el apoyo de atractivas mujeres de paisano, hacían todo lo posible menos despeinarse para derrocar los malvados planes con los que aviesos megalómanos de la organización THRUSH (prima hermana de la SPECTRA bondiana) pretendían extorsionar a sus semejantes.

Pero Vaughn no siempre fue un espía vestido de forma irreprochable y capaz de salir de las situaciones más desesperadas con buen humor y galantería. Allá por la Edad de Piedra, a finales de los años 50 cinematográficos, ya hizo sus pinitos como troglodita engominado en Yo fui un cavernícola adolescente para el director Roger Corman, especialista en hacer malabarismos con presupuestos irrisorios. Un pecadillo de juventud que no empañó su carrera cinematográfica más seria, y que el actor recordaba con su buen humor característico como la época “en la que inventé el arco y la flecha”. Al año siguiente, ofreció una creación conmovedora como el alcoholizado joven de la alta sociedad de Filadelfia abocado a un final trágico en La ciudad contra mí (The Young Philadelphians), acompañado de Paul Newman y Barbara Rush. También se paseó brevemente por los escenarios polvorientos del western para evitar ser ahorcado en Un buen día para una ejecución (1958) y, sobre todo, para unirse al mítico grupo de Los siete magníficos junto a otros grandes del Séptimo Arte en 1960. Su composición de Lee, el pistolero de chaleco gris, pajarita y guantes negros a quien le atormentan las pesadillas, fue tan memorable como la de los otros Seis Magníficos, pero Vaughn no parecía haber nacido para deambular por el Lejano Oeste llevando un revólver al cinto, sino que su presencia refinada y algo inquietante se adaptaba más al hábitat contemporáneo.






Y es que Robert Vaughn se movía como pez en el agua en los ambientes sofisticados, aquellos escenarios cosmopolitas que le sentaban tan bien en The Man from UNCLE y que volvió a retomar en otra de las grandes series televisivas que protagonizó en la década posterior: Los protectores. Este clásico de la pequeña pantalla, producido por Gerry Anderson para la distribuidora británica ITC, se emitió desde 1972 hasta 1974, y en ella Vaughn encarnaba a Harry Rule, director de una organización formada por tres agentes (uno de los cuales era una condesa italiana) que combatían el crimen desde su cuartel general de Londres. La capital del Reino Unido sería la segunda patria del intérprete durante casi 3 años, y a ella se adaptó con una facilidad que tal vez se explique por ese estilo impecable de gentleman yanqui que proyectó en tantas películas y por su cercanía a los teatros isabelinos que vieron representar por vez primera la obra de William Shakespeare, verdadera debilidad de Robert desde su juventud. El actor tuvo oportunidad de aparecer en una adaptación shakespeariana rodada en los estudios de la MGM en Borehamwood, El asesinato de Julio César (1970), a las órdenes de Stuart Burge, donde encarnaba a un barbudo Casca, pero el film no estuvo a la altura de otras versiones del Bardo de Stratford-upon-Avon.


Sea cual fuese el género que visitara, Vaughn siempre dejó en el público la impronta de un actor meditativo y con cierto aire intelectual. ¿Quién habría pensado que el espía neoyorquino suspirase por declamar el monólogo de Hamlet mientras actuaba en estas series tan veneradas en la actualidad? Pero lejos de ser un snob, el dandy Vaughn disfrutaba del calor de sus admiradores e incluso se permitía hacer algún cameo gracioso, como el del fotógrafo italiano de Si hoy es martes, esto es Bélgica (1969) o el de Napoleón Solo en la comedia de espías Una sirena sospechosa (1966).  


Una peculiaridad de Vaughn es su pasmosa facilidad para resultar convincente en “papeles con dotes de mando” (mi hermano y yo siempre hemos bromeado con esto último. Si hay que ponerle cara a un jefe de lo que sea, es mucho más fácil imaginarlo con los rasgos de Robert Vaughn, es decir, de alguien a quien uno se ha acostumbrado a ver mandar con naturalidad en el celuloide). Prueba de ello son sus hábiles composiciones del corrupto político Chalmers que le pone las cosas difíciles a Steve McQueen en Bullitt, el senador irresponsable de El coloso en llamas o el comandante alemán y el coronel norteamericano, respectivamente, de dos conocidas películas bélicas, El puente de Remagen y Objetivo Patton. El porte algo autoritario de Vaughn y su aspecto de mandamás distinguido habrían desentonado indudablemente en papeles de subalterno. Sus personajes apuntaban cada vez más hacia las altas esferas al tiempo que hacía amistad con figuras históricas de su tiempo como Robert Kennedy. De hecho, a principios de los ochenta interpretó (como no podía ser de otra manera) al presidente norteamericano Franklin Delano Rooselvet en la obra de teatro televisiva FDR, que le valió excelentes críticas. En lo personal, a Vaughn siempre le interesó la política y fue un acérrimo defensor de los derechos civiles, llegando a pronunciar discursos en contra de la guerra de Vietnam y manteniendo una afinidad a los círculos demócratas de por vida.



Como escribía en su imprescindible autobiografía, A fortunate life, publicada en 2009, Vaughn vivió una vida afortunada y apenas se arrepintió de no haber materializado algunos proyectos. Al elegante espía de la CIPOL le hubiera gustado interpretar a Cyrano, a Ricardo III, al profesor Henry Higgins y a algún otro personaje del repertorio más clásico, e incluso confesaba que no le hubiera disgustado aprender a cantar, pero el destino decidió llevarle por otros derroteros y convertirlo en icono de las series de espionaje más cool de los 60 y 70. El agente secreto que tan bien nos supo proteger durante tantas temporadas en las 625 líneas de nuestros viejos televisores ha dejado de existir. Napoleón Solo ya ha conocido al otro Napoleón, el más bajito y con acento francés. Esperemos que ahí arriba, donde hace tiempo que cabalgan los otros Magníficos del Espacio, le dejen mandar un poco de vez en cuando. Hablamos de Robert Vaughn, señores. Quien tuvo, retuvo.