LA CASA DE LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES

domingo, 20 de diciembre de 2015

EL GRAN IMPULSO HACIA ARRIBA



Probó la resistencia del cajón botellero que le habían regalado subiéndose encima de él. Aún no era suficiente para lograr sus propósitos. A falta de una escalera en condiciones, fue apilando otros envoltorios navideños más o menos sólidos, pero la distancia que le separaba de la copa del abeto seguía siendo demasiado acusada como para jugarse el tipo en un número de acrobacias caseras sin red. Estudió la situación desde varios puntos de vista, resolvió dos crucigramas e incluso llegó a esbozar un croquis sin técnica mientras pensaba en el mejor modo de alcanzar la cima de su árbol de Navidad. Entonces alguien llamó a la puerta. Del timbre fueron desgranándose vibraciones arrulladoras, de esas capaces de adormecer a un recién nacido, campanilleos de dorada emoción que resonaban en todo su espíritu como si fueran un armonioso carillón de gloria. Tras girar la cerradura, el abrazo cálido de su mujer le envolvió de infinitas bendiciones de ternura, al igual que la patita de su terrier Yorkshire, vestido con un trajecito de Papá Noel y reclamando inmediatas caricias. Por si aquello fuera poco, en el buzón distinguió el familiar bulto de aquel libro de Metafísica que tantas veces había hojeado en la casa de su madre, y que ahora ésta le regalaba con un lazo verde que envolvía un cofre de buenos deseos. Volvió al salón embriagado por todas aquellas sensaciones y levantó la vista hasta la copa del abeto. Ya no le hizo falta encaramarse al rústico parapeto de cartones y envases de madera para colocar la Estrella de Navidad con una pericia que incluso a él mismo le asombró. Vistos desde arriba, los regalos que había comprado para sorprender a sus seres queridos parecieron relumbrar con una intensidad que nada tenía que ver con el oropel que los envolvía.

viernes, 11 de diciembre de 2015

CIEN AÑOS PASAN CANTANDO


Ya ha pasado un siglo. Y parece que fue ayer cuando empecé a arrullar al mundo con mi portentosa voz. No es que me queje. La verdad es que el clima de estas latitudes es mucho más suave que el de la fría Hoboken que me vio nacer. Muchas veces incluso me parece estar en el sur de California. De hecho, desde aquí puedo distinguir las letras que adornan las colinas de Hollywood. Y esas otras de allí deben de ser las luces de neón de Times Square. Modestia aparte, seguro que brillan con tanta intensidad por mí. Lo que más echo de menos aquí arriba, aparte de a mi querida Ava Gardner, con la que tan acaloradamente discutí en la tierra, es jugar al póker con mis viejos compañeros del Rat Pack. ¿Dónde estáis, Dean, Sammy, Peter y compañía? Seguro que os habéis escondido detrás de alguna nube para darme una fiesta sorpresa de centenario, ¡panda de granujas!


Cien años. ¡Uf! Se dice pronto. Tantos como Bob Hope, solo que él los cumplió ahí abajo. Hablando de cine, haría lo que fuera por volver a rodar una de aquellas películas en las que solo tenía que ser yo mismo para encandilar al público. Detective de Florida, escritor desmotivado, jugador empedernido, hombre del brazo de oro, gángster que juega a ser Robin Hood, millonario de ilusiones, marinero deslumbrado por Nueva York. Hasta toqué el piano en “La vuelta al mundo en ochenta días”. En aquellos buenos tiempos, la cámara estaba loca por mí, y yo no sabía resistirme. A la orden de “¡Acción!”, tuve en mis brazos a Kim, Rita, Gina, Shirley, Natalie y tantas otras guapísimas actrices, a las que amé por turno, en blanco y negro o tecnicolor. Ese era el encanto del “viejo ojos de lavanda”, aunque no faltaron quienes preferían llamarme “el Presidente” o “La Voz”. Bueno, supongo que no dejé indiferente a nadie. Orgullo y pasión ante todo, ya que no nací en la alta sociedad. Ellos y ellas se enamoraron al compás de mi voz, aunque mi vida discurriese como un torrente. No pude evitar ser un gallardo y calavera, y creo que lo seguiré siendo de aquí a la eternidad.


Esta noche voy a sacar del baúl algunas de las viejas partituras que escribieron para mí Nelson Riddle y Billy May, que en gloria estén. Me parece que el planeta que veo agitarse ahí abajo vuelve a necesitar una buena ración de la música más romántica y esperanzada que se le pueda ofrecer, y un servidor vino al mundo expresamente para eso. Queridos extraños en la noche que añoráis el glamour de los jóvenes de corazón: venid a volar conmigo, aunque no seamos más que tres sargentos o una cuadrilla de los once, porque yo os llevaré a la luna reverdeciendo las hojas muertas, pero antes descansaremos un rato en ese hotelito que alberga un pozo de los deseos, visitaremos a la chica de Ipanema y al viejo río Misisipi, en los días de vino y rosas y mecidos por el viento de verano, hasta que aprendamos el blues bien entrada la madrugada, cuando haya cerrado sus puertas el Can-Can, y las campanadas de Navidad nos recuerden que ya oímos la canción de septiembre, y que lo hicimos a nuestra manera. Dadme solo cinco minutos más, y os prepararé una copa para vuestra chica y otra para el camino que hay que seguir siempre hasta el final. La vida es así, lo queramos o no, pero os adelanto que lo mejor está por venir y que tengáis los ojos bien abiertos porque, ¿sabéis una cosa? A veces llueven centavos del cielo.



P.D: Hacedme caso, y nunca tengáis miedo de decir algo estúpido, como por ejemplo, “Te quiero”. Aquí arriba lo dicen a todas horas…