LA CASA DE LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES

domingo, 2 de junio de 2013

NI ELEMENTAL NI WATSON


Sherlock no sabía cómo reaccionar. Había desechado lo improbable, consultado su enciclopedia particular sobre el crimen de las últimas décadas, desempolvado sus recortes periodísticos más relevantes, interpretado al violín en clave desafinada tres movimientos del Concerto Grosso Nº5 Op.6 de Handel y fumado dos pipas de tabaco marroquí. Desazonado, lanzó una mirada de soslayo al que siempre había sido su leal compañero de residencia y su asistente en las investigaciones. Éste no se movía. Permanecía tan estático como el secreter de caoba que contenía sus documentos más valiosos. El periódico que había estado leyendo horas antes yacía desplegado como una sábana a su lado. Impulsado por algo que sus ojos de sabueso habían captado, Holmes se levantó de su asiento y se acercó hasta el cuerpo inerte de Watson. Sus constantes vitales parecían apagadas, al igual que su pipa de madera. El titular de una noticia llameó en la pupila del detective por un instante: JOHN WATSON, M. D., MISTERIOSAMENTE ASESINADO EN SUS HABITACIONES DE BAKER STREET. Holmes levantó la hoja del diario hasta la mortecina luz de gas y empezó a leer lo que seguía, momento de concentración que aprovecho el Profesor Moriarty, hábilmente disfrazado de la señora Hudson trayendo una bandeja de té, para asestar al sagaz investigador un certero golpe con su bastón de plomo que le sumió en la inconsciencia. Lo que el Archiperverso no sabía es que Holmes tampoco era Holmes, sino un doble contratado por el supuesto Watson que parecía haber expirado mientras leía el periódico y que, huelga decirlo, tampoco era Watson, sino el verdadero Holmes.


Mientras, en el salón, Sherlock forcejeaba con un perplejo Moriarty, se abría y se cerraba la ventana y se escuchaban las campanadas del Big Ben entre imprecaciones y cumplidos intercambiados por dos mentes brillantes, el auténtico Watson, tras certificar la defunción de la pobre señora Hudson, escribía una carta desde la cocina a The Times para pedir dos cosas: 1) que retirasen el (falso) anuncio de su muerte. 2) Que publicasen otro anuncio con estas palabras: “Se necesita experimentada ama de llaves de cierta edad para residencia ocupada por dos caballeros de pedigrí. Escribir a: Baker Street, 221b, Marylebone”.