Sobre el puente de
medianoche relucían dos estrellas de cartón que nunca se habían asomado a aquel
firmamento satinado. El puente era de cartón piedra y ya no recordaba sus días de
sólido granito, ligazón de argamasa y ensoñaciones de acueducto. A ambos lados
de las orillas del río, en cuya cristalina corriente admiraban su propio
reflejo las vanidosas estrellas de cartón-luz, dos viajeros se habían detenido
para contemplar la plenitud del paisaje antes de cruzar sobre tan abismal
vacío. Como quien escucha una fantástica voz de alerta, mitad imaginada, mitad
intuida, el puente tuvo la premonición de que uno de los dos no lograría pasar
al otro lado. “¡Retroceded ambos!”, gritó, sin que de su acartonada y amnésica
garganta saliera ningún sonido. “¿Acaso es tan importante cruzar?”
Sólo cuando vio caer
al más joven se dio cuenta de que ambos viajeros eran la misma persona.