Con
esa exactitud tan característica de la ciencia, los libros se quedaron sin
vocales. Habían dejado de interesar a los pocos que todavía las valoraban, un
puñado de nostálgicos que recordaban con afecto las amarillentas cartillas con
las que aprendieron el A, E, I, O, U. Entre complejas ecuaciones, los alumnos
comenzaron a leer “Dn Qjt d l Mnch” en voz alta:
“n n lgr d l Mnch d cy nmbr n qr acrdrm…”
Un
círculo de poetas disidentes halló el medio de escribir sus rimas con tinta
invisible. Matemáticamente, manos anónimas envenenaron su zumo de limón.