LA CASA DE LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES

lunes, 15 de octubre de 2012

Jaque mate en una sopa de letras


Con esa exactitud tan característica de la ciencia, los libros se quedaron sin vocales. Habían dejado de interesar a los pocos que todavía las valoraban, un puñado de nostálgicos que recordaban con afecto las amarillentas cartillas con las que aprendieron el A, E, I, O, U. Entre complejas ecuaciones, los alumnos comenzaron a leer “Dn Qjt d l Mnch” en voz alta:

 “n n lgr d l Mnch d cy nmbr n qr acrdrm…”

Un círculo de poetas disidentes halló el medio de escribir sus rimas con tinta invisible. Matemáticamente, manos anónimas envenenaron su zumo de limón.

miércoles, 10 de octubre de 2012

La Musa del bodegón


Se presentó ante él con la plenitud de una fruta madura, alumbrada por encendidos colores perfumados por embriagadores aromas, aunque en el bodegón que reflejaba sus últimos años de vida artística la recordaba mucho más verde. Afirmaba haber venido a quedarse en su estudio, un desangelado cubículo en el que apenas cabía él y cuyos angostos límites no podían tolerar más que aquellos que han nacido con máculas de pintura en la retina. Deslumbró, encandiló, fascinó y cegó con sus múltiples capas de ocre, rojo y granza, sin dejar ni por un instante de mirarle a unos ojos que evitaban la exuberancia de su mirada. Ninguna de estas tretas dio resultado hasta que la recién llegada le descubrió su lienzo. Él se quedó entonces absorto ante aquella naturaleza muerta llena de vida, tan rebosante de madurez en su técnica como en la lozanía de los frutos recreados en la pintura. Buscó ahora la mirada que había evitado, absorbiendo su osadía, esa encarnada y jugosa máscara que aunaba el talento deseado y la inspiración perdida. Después avanzó hacia ella con avidez y le tapó los ojos con una mano. El espejo le vio estampar orgullosamente su firma en la tela.

jueves, 4 de octubre de 2012

El censor, el alumno y Botticelli


Sorprendido absorto en la Venus de Botticelli, el muchacho alegó:


–Me atrae su belleza.


–¡Te atrae su sensualidad! –corrigió el censor–. ¿Negarás tu deleite al contemplar su seno descubierto?


–No, señor.


–Entonces has pecado de lujuria.


–Y la dulzura de su mirada, el viento echando hacia atrás sus cabellos, ¿no es eso también belleza?


–Nada de sofismos. Un pecado es un pecado. No disfracemos la lujuria de belleza.


El muchacho cerró el libro y revivió en su memoria los delicados rasgos de la Venus, la perfección de su cuerpo. Era bello pecar, inocentemente, sin saber qué era el pecado…