LA CASA DE LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES

martes, 18 de octubre de 2011

Soñando en agua y color

La otra noche, mi hermano me contó el sueño que había tenido. Salía a la calle, y todos llevaban al hombro una especie de mochilas-acuario con un pez de color dentro. Cada pez servía para curar una dolencia distinta del alma. Los había rojos para la injusticia, verdes para el desamor, malva para la melancolía, amarillos para los que sufren la intolerancia y el rechazo, naranja para los maltratados de palabra y acto, azules para los menospreciados por su acento y tonalidad de piel, rosa para los que son juzgados por las arrugas de su epidermis y no por los surcos de sabiduría que aquellas encierran.

 Mi hermano descubrió maravillado que conocía por intuición las propiedades curativas de cada pez, incluso sin cruzar palabra con nadie. Aquella era una perfecta convivencia de sanación recíproca y desinteresada. No se compraba con dinero, no se le rehusaba a nadie. Todos la recibían por igual. A mi hermano le fascinaba especialmente la transparencia de las mochilas-acuario, cristalinos escaparates de maravillosa irrealidad, y el calor que desprendían los peces al posar la mano sobre ellos. El calor se transformaba al instante en la energía deseada, en el consuelo largo tiempo esperado. Cada pez oficiaba de prisma de la dolencia curada, y el rostro de los que lo tocaban se iluminaba del color en cuestión, como una vidriera herida por el primer rayo de sol. Mi hermano se sentía tan a gusto en aquel sueño, que cuando despertó de él no pudo ingerir alimento alguno en el desayuno. De camino a su mal pagado y rutinario trabajo como repartidor de pedidos a domicilio, se detuvo frente al escaparate del acuario de su barrio y pegó la nariz contra el cristal. Los coloridos habitantes de la pecera de la tienda brillaban igual en Madrid que en Lima, y por un instante mi hermano sintió un calor en la palma de la mano que le inundó todo el cuerpo hasta hacerle sentir bienvenido y aceptado, como un ciudadano más. Desde entonces, mi hermano afirma que en aquella pecera de barrio están representados todos los colores del mundo.

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