LA CASA DE LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES

martes, 27 de septiembre de 2011

Un nommè La Rocca, 1961

Un tal Belmondo

Esta adaptación de una novela de Jose Giovanni, el célebre especialista en serie negra, sorprende, a casi medio siglo de su realización, por su concisión narrativa y su sequedad formal. Jean Becker nos ofrece imágenes de un laconismo casi clínico en blanco y negro que sólo parecen cobrar vida cuando se ambientan en las animadas callejuelas del Vieux Port marsellés. Restaurantes al aire libre, locales de copas y nightclubs pueblan estos bas fonds donde el personaje protagonista tiene su residencia y su cuartel general de operaciones. El desértico paraje sudamericano que abre el film o el árido paisaje provenzal en el que se desarrollan los pasajes carcelarios son una tierra baldía, un páramo que sólo se ve irrigado por la nobleza que destila la férrea amistad que profesa Roberto La Rocca (Belmondo) por Adé. Un ejemplo ilustrativo de la economía narrativa de Becker puede verse en el planteamiento inicial del film: tras ser informado por el mexicano de que su amigo Adé ha sido encarcelado por un delito que no ha cometido, La Rocca deberá trasladarse a Marsella y seducir a la amante del gangster Vilanova. El último plano en Sudamérica se funde con el siguiente en Francia: La Rocca y la chica de Vilanova ya han intimado, con lo que el director nos ahorra todos los detalles de su encuentro y noviazgo. El modo en que nos presenta a dicha actriz, siguiendo con la cámara su espalda desnuda mientras se dirige al cuarto de baño, ante el irónico comentario de Belmondo (“Cuidado con las corrientes de aire”) nos podría hacer pensar que vamos a ver una continuación de A Bout de Souffle. Pero este Roberto La Rocca no tiene nada que ver con el Michel Poiccard del archifamoso film de Godard. Si aquél era capaz de asesinar a sangre fría a un policía y no tenía reparos en robar en garajes y servicios públicos, La Rocca sólo mata en defensa propia y en las dos ocasiones a maleantes ante los cuales no le queda otra alternativa. La Rocca no es impulsivo como Poiccard, sino que destaca por sus nervios templados y su serenidad. Otra cualidad que le aleja del prototipo gangsteril es su sentido del honor y de la amistad. Becker delega todo el peso interpretativo y dramático en su protagonista, un jovencísimo Jean-Paul Belmondo, y la jugada le sale triunfal. Natural, comedido, desgarbado, en las antípodas del divismo, sosteniendo en una mano los aires de innovación de la Nouvelle Vague y en la otra la consolidada tradición del cine de la Edad de Oro francesa, Belmondo es a La Rocca lo que La Rocca es a Belmondo. 

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